28. El Regreso al Hogar (4/4)

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La visión de la Fonda del Humedal tras dejar atrás la Gran Robleda llenó a Aidan de alivio, pues había pasado las últimas jornadas del viaje sin apenas descanso, siempre en estado de alerta. Cuando vislumbró el techado a dos aguas, las paredes de piedra anodina y el desvencijado letrero en el que el nombre del lugar apenas era legible, Aidan dio gracias a cualesquiera divinidades reinaran de verdad sobre los mortales. Por fin había llegado a casa.

El balar de las ovejas, los graznidos de los gansos y el olor a abono del huerto aledaño a la construcción lo saludaron mientras descabalgaba. Antes de considerar si debía acercarse a las cuevas en primer lugar, la puerta de la fonda se abrió y sus propietarios, el matrimonio Ollersoh, se asomaron para recibir al viajero.

—¡Aidan, estás a salvo! ¡Los Aelenir sean loados! —exclamaron—. ¡Fryelir, querida, sal sin temor a saludar a tu hijo!

Fryelir acudió rauda, la emoción contenida en el rostro.

—Hijo mío...

—Madre, he regresado de una pieza —Aidan bromeó.

Ambos se fundieron en un abrazo y Aidan volvió a sentirse como un niño que se refugia en la calidez materna.

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Tras asegurarse de que Aidan no tuviera heridas o lesiones de importancia, Fryelir le sirvió una comida sustanciosa y le aconsejó que tomara un baño caliente y durmiera el tiempo que necesitara. Aidan quería explicarle todo lo vivido durante el viaje, mas necesitaba reposo. También quería ver a Harald y, al no encontrarlo allí, preguntó si estaba en las cuevas, el lugar donde se refugiaban cuando no era seguro permanecer entre huéspedes. Su madre respondió que Harald y otros del grupo se habían ausentado para encargarse de unos asuntos.

A Aidan no le convenció la vaga explicación, pero se hallaba exhausto y sabía que insistir a su madre para que le diera más información en esos momentos era inútil. Así que, tras recibir la bienvenida de los miembros del grupo que se hallaban allí y percatarse de que la bonita Inga tampoco estaba presente, se acostó. Durmió durante largas horas y al despertar se sentía mareado. Su madre decidió que sería mejor esperar a que recuperara las fuerzas antes de mantener la importante conversación y él estuvo de acuerdo. Durante los días que siguieron a su regreso, Aidan no mencionó el tema. Simplemente dormía, ayudaba en los quehaceres cotidianos, se alimentaba y contestaba sin profundidad a las preguntas más banales que los Ollersoh y los demás le hacían: qué le había sucedido a su antigua montura, por qué llevaba una daga en lugar de su espada, si había sido reconocido por alguien, si había llegado hasta la Borgtöunn de SkallmiddwesthFort...

Al anochecer del quinto día, los otros se retiraron temprano para ofrecer a la madre y al hijo la intimidad necesaria para conversar. Fryelir trajo hidromiel y colocaron dos asientos cómodos cerca del hogar. Aidan por fin sentía sus pensamientos ordenados para poder expresarlos con palabras.

—Antes de nada, ¿qué quisiste decir cuando comentaste que en cierto modo te habían reconocido? —preguntó Fryelir.

—No me encontré con nadie que nos conociera de FensalTöunn, madre, si es eso lo que te preocupa. Pero en un par de ocasiones estuvieron a punto de desenmascarar mi procedencia como hijo de la isla. Por fortuna, la ausencia de marcas en mi brazo los convenció de lo contrario. Sin embargo, en una tercera ocasión no tuve esa suerte, aunque lo único que resultó herido fue mi orgullo.

Fryelir suspiró.

—La Triple Espiral sea loada —susurró—. Ahora cuéntame lo que has descubierto sobre esa bestia.

—Madre, si Harald va a regresar dentro de poco, podría contároslo a ambos. He obtenido respuestas, pero también preguntas.

—No sabemos cuándo va a regresar. Habla —insistió Fryelir.

El Tiempo de la Luna (Borrador. Fragmento)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin