Silo Nye: Una visita inesperada

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A diferencia de sus hermanos, Silo no tenía problema alguno en seguir con su vida. Sí, su padre había muerto. Pero en fin. Los padres de la gente tienen que morir algún día. Además, él había tenido una relación bastante poco cordial con su padre. Sabía que debía sentirse más triste, pero no podía evitar no hacerlo.

Se sentó en su sillón favorito en su terraza. En una mano tenía un vaso con agua. Siempre que podía venía aquí y se daba un tiempo para admirar la vista. De hecho, la principal razón por la que decidió mudarse a este apartamento en particular era la vista.

Ese día en la clínica Cade había pretendido involucrarlo en sus intrigas. Le había explicado que él y Thera tenían estas teorías y que necesitaban que él los apoye desde Carroll. Que él era el único que podía hacerlo, dado que todos los demás estarían en lo suyo. A Silo simplemente no le interesó.

No tenía vínculo alguno con ese drama. No le llamaba la atención.

Si ellos querían salir a perseguir fantasmas y enrredarse en un conflicto interplanetario que era claramente más grande que los alcances de la familia, estaban bienvenidos a hacerlo. Pero que no esperaran que él los seguiría en esa locura.

Para Silo el asunto era relativamente sencillo. Thera, Cade y Burg tenían egos demasiado grandes. No podían entender que esto había sido un asunto casual. Su padre había muerto en una batalla. Sí, pues. Eso es lo que pasa en las batallas: La gente muere. Sobre todo los capitanes de crucero. No debería ser sorpresa para nadie. Sin embargo, siendo Thera una oficial de alto rango que cree que el universo está a sus pies, algo tan sencillo como eso se distorsiona.

Silo consideraba que estaba ante un clásico caso de obsesión por una teoría de la conspiración. Que Thera haya caído tan bajo no le sorprendía. Silo siempre había creído que su hermana estaba loca. Que tenía alguna clase de desviación sicológica. No era normal que estuviese tan obsesionada por seguir los pasos de Wimmer hasta las últimas consecuencias. Lo único que faltaba era que se subiese a una nave en plena batalla para ser desintegrada en miles de pedazos.

Pero que Cade estuviera en esta intriga sí lo decepcionaba.

Silo siempre se había sentido más cerca a Cade que al resto de sus hermanos. Thera siempre había estado demasiado obsesionada en seguir los pasos de su padre como para prestarle atención y Burg siempre había vivido en otros mundos como para darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. No podía culpar a Burg por ello. No lo podía culpar por adelantarse e imaginarse tan intensivamente cómo sería vivir afuera de esa casa, en otros planetas a bordo de su propia nave espacial, un proyecto que terminó por ejecutar relativamente pronto. Silo solo podía envidiarlo, pero no imitarlo. Eso de los viajes estelares no era para él.

Finalmente, Tais era un caso aparte. Ella echó todo por la ventana y se fue. Todos sabían en dónde estaba, pero su decisión de irse a hacer labor social en una zona en donde el Estado tiene poca participación venía de la clara intención de distanciarse de la influencia de Wimmer. Silo la admiraba. Él no habría podido hacer algo así. A Silo le gustaban demasiado las comodidades y los lujos de vivir en una ciudad siendo clase media.

Cerró los ojos y respiró profundamente unas cuantas veces. Al cabo de un rato, se había quedado dormido. Era lo justo. Había estado todo el día trabajando desde muy temprano. Se había levantado, se había duchado, había tomado desayuno en su sala mientras veía las noticias. Y después había comenzado a escribir y escribir y escribir. Ni siquiera había almorzado. Había dejado eso para después.

Ahora era después. Ahí estaba descansando. En un rato despertaría y buscaría algo para cenar. Algo contundente que compense el hecho de que no había almorzado. Por lo menos ése era el plan.

Quizás lo más sorprendente del plan de Silo era que se ejecutó a la perfección.

Cuando se despertó, una media hora después, se estiró, descansó por un rato más y luego se paró. Buscó algo de comer y se sentó en la sala para ver las noticias mientras cenaba. Era básicamente la misma rutina que había tenido el día anterior y el día anterior a ése. De hecho, el día anterior al atentado había tenido también básicamente la misma rutina. Y el día anterior a enterarse que su padre había muerto, también.

Los días en los cuales que su rutina había sido alterada fue cuando tuvo que realizar alguna actividad de promoción de su último libro. Pero hoy había sido un día tranquilo. Y estaba agradecido por ello.

De pronto alguien llamó a la puerta.

Silo se demoró en abrir. Terminó de saborear el bocado que se había llevado a la boca. Esos segundos de demora le ameritaron una nueva llamada a la puerta.

"Alguien está impaciente", se dijo a sí mismo.

Se paró pesadamente y caminó a la puerta. Su departamento era más grande de lo usual para estar ubicado en el medio de la ciudad. Para cuando había llegado, habían tocado la puerta un par de veces más.

Eso le pareció extraño.

Por eso dudó. En otra circunstancia habría abierto la puerta sin pensarlo.

"¿Quién es?", preguntó sin abrir la puerta. Escuchó movimiento al otro lado. Definitivamente eran más de una persona.

De pronto, pudo respirar tranquilo. La voz que escuchó que respondió era una conocida. Se trataba de Elio Prian, amigo de infancia de su hermano Cade. El que ahora era agente del orden. Silo lo conocía, porque Cade lo llevaba a la casa con bastante frecuencia. Pasaban bastante tiempo juntos. Se le podía calificar como amigo de la familia.

Quizás más que el mismo Silo.

"¡Silo!", gritó Elio. "¡Abre, por favor! ¡Tu hermana está herida!"

Silo no lo pensó más y abrió la puerta. Ahí estaba Elio Prian vestido de civil, cargando a su hermana Tais Nye. Su ropa estaba ensangrentada. Iban acompañados de una joven y tres niños. Silo no supo qué decir o qué hacer. Se quedó paralizado en el umbral de su puerta.

Elio no esperó a que se moviera. Lo empujó a un lado y entró para colocar a Tais, que se encontraba despierta y quejándose levemente, sobre el sofá de la sala. Silo no pudo dejar de notar que sangre había manchado su alfombra y el tapiz de su sofá. Luego tendría que ocuparse de eso.

Profesor Cade NyeWhere stories live. Discover now