E s p e c i a l 3

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Capítulo dedicado a yita96 porque siempre está ahí, comentando sus anécdotas xD <laf3



—¡Felif, mira efto! —La niña sin dientes agitó su mano—. Afércate, ven.

Y el niño crédulo se acercó para ver qué causaba tanta conmoción en la castaña de ojos grises. Una vez que se mantuvo su lado, la niña señaló una meseta llena de barro y gusanos que se retorcían de un lado a otro como si se trataran de humanos que ven la mano de Dios.

—¿Qué? —preguntó el niño sin mucho ánimo.

—Mira. ¿Lo vef?

—¿Qué? ¿Los gusanos?

Un gruñido chillón emanó del interior de la niña.

—No, tonto. Afércate y lo podráf ver.

Iluso, el niño se acercó a la meseta sin esperar que su cabeza fuese hundida con una malicia propia del diablo; en este caso: Floyd McFly, la hija del mejor amigo de su padre. Con la cara engullendo gusanos y barro, el niño pataleó y tiró manotazos para que la niña lo soltara.

Después de unos segundos, donde todo lo que escuchaba entran risas, por fin logró ver la luz.

—Felif Comegusano. ¿O Come Felif Gusanof? —Estalló en burlescas carcajadas. El niño escupía con vehemencia la tierra y los gusanos. Para colmo de su humillación, la niña sin dientes empezó a canturrear la canción de cumpleaños con una letra más bizarra—: Comegusanof Felif, te defeamof a ti, Comegusanof Feliiiiif, hasta que no puedaf... eh, ¡dormif!

Jamás en su corta vida odió tanto a una persona. Y esperó que ella jamás se acordara de ese apodo el día en que ambos volviesen a reencontrarse.

—¿Recuerdas ese minimarket, cariño?

—¡Cómo podría! La única tienda que quedaba cerca de casa.

Decir que mis padres estaban emocionados por el regreso a su ciudad natal no sería una palabra que describiera cómo se sentían en realidad. Después de años, a kilómetros del lugar donde se conocieron y vivieron su historia de amor melosa, era lógico que lucieran como niños en la fábrica de Willy Wonka.

Se movían de lado a lado admirando los rincones, viendo a las personas, casas, edificios, etc. Pésima suerte la que corría por mi lado, que ni siquiera la música clásica a tope acallaba sus gritos emocionados.

Me pregunté quién de los tres era más maduro, si ellos o yo. Luego recordé que evidentemente yo no podría entrar en aquella categoría.

—¿No estás emocionado, Felix?

Mamá se inclinó hacia atrás dejando ver el enorme vientre de embarazada. Me encogí de hombros y fingí interés en la ciudad.

No me emocionaba la idea de mudarme. Nunca me agradó. Fue una patada en el estómago saber que me alejaría de amistades, mi casa, el raro estilo de Los Ángeles. Dejaba todo atrás por una nueva vida en una ciudad pequeña, gris y en la que Floyd McFly habita.

Para colmar mi suerte, donde residiríamos se inundó por las fuertes lluvias y no nos quedó de otra que vivir donde el mismísimo demonio de chistes aburridos y apodos absurdos.

¿Había internet? Debía. No podía dejar de lado mis prioridades y afiliaciones. Lo que me servía para distraerme del mundo real, de lo que me afecta.

—Ya casi llegamos. —Papá meneo sus cejas. Observé sus ojos por el espejo retrovisor viendo su cansada expresión. No era fácil tener que andar con una mujer a punto de dar a luz y un hijo con problemas al corazón.

—¿Crees que fuimos muy... osados al pedirle a Mika que nos dejara quedar por un tiempo?

—Tranquila, no lo amenazamos con una pistola para que aceptara.

—¡Chase no me refiero a eso...! ¡Por Dios! —replicó mamá con histeria.

—Terroncito de azúcar no te alteres o el bebé nacerá más pronto de lo previsto... ¡Auch!

—No vale la pena golpearte —gruñó la señora Frederick alzando su puño—. Pero hablando en serio, quizá debimos pedirles a mis padres que nos dieran alojo por unos días cuando fuimos a visitarlo... o no sé, arrendar piezas en un hotel...

Ahí dejé de prestar atención.

Lo realmente bueno de vivir bajo el mismo techo que la odiosa niña sin dientes, era que su padre es un escritor famoso, con muchos libros publicados. Eso quería decir que podría aconsejarme, ayudarme, hacer cumplir mi sueño de publicar un libro. Que la voz de la experiencia fuera mi guía ahora que mi interés por las historias estaba en su punto culmine.

Saqué del bolsillo interior de mi abrigo la hoja que escribí de niño; arrugada, rota y llena de recuerdos. Ese fue una despedida a todo lo que hice y pretendía hacer en Los Ángeles.

Observé la casa donde nos detuvimos. Era de dos pisos, con rejas, un antejardín amplio, algunas ventanas. Nada fuera de lo común.

Me bajé después de papá, quien corrió para ayudar a mamá. A continuación avanzaron por la acera, abrieron la reja y se adentraron en los desconocidos terrenos de nuestro "hogar" sustituto.

Apenas noté que ya las abrieron la puerta. Hicieron caso omiso a mi presencia fuera de la casa. Yo no podía entrar aún, algo me retuvo afuera por unos segundos que fueron eternos.

Inmóvil, mitigué los recuerdos pasados e intenté conservar la calma. Soy bueno en eso, fingir que todo está bien.

La esposa de Mika McFly me saludó con un ademán, dejó la puerta abierta para que entrara cuando estuviera preparado. No esperé mucho.

Me adentré en la casa completamente desconocida y fría. Fui guiado por las voces de mis padres y los padres de la única heredera del apellido McFly. Pero cuando di el primer paso, no solo descubrí que mi presencia aquel día era nula, sino que el atroz recuerdo de una niña sin dientes que la única razón de vida era molestarme había crecido.

Bajó las escaleras sin emitir ruido y se dirigió al mismo lugar que pretendía ir yo. Llevaba un vestido floreado, el cabello castaño largo. El gozo de la situación fue saber que había crecido más que ella, y no al revés como todos decían que sería.

Inspiré hondo caminando en su misma dirección. Floyd no cambia, ni lo hará jamás. Seguía siendo la misma niña metiche, lo supe al verla asomada por el arco de la sala de estar, espiando a nuestros padres. Caminé lentamente esperando que mi presencia la inquietara lo suficiente para demostrarle que ahora las cosas se voltearon y que ya no era el mismo niño crédulo.

Funcionó de maravilla. Pegó un grito ahogado el momento en que giró su cabeza para verme. Lo primero que vi fueron sus ojos grises llenos de sorpresa y miedo... ¿tal vez? Llevaba maquillaje. Luego la fisonomía de su cara, la forma ovalada, su tez blanca, sus mejillas rojas. Por último vi sus labios, pintados de rosado. Y su dentadura completa.

Por poco olvidaba que el exceso de efes se debía a que no tenía las dos paletas del frente. Recuerdo perfectamente cómo fue que los perdió. Como siempre tan inquieta y buscando qué hacer, aprovechó que estaba en cuclillas para subirse en mi espalda mientras gritaba «¡Harre caballito! ¡Harre, harre!» como un jinete profesional. Me levanté queriendo bajarla a como dé lugar, pero terminé cayendo al suelo con ella encima. A mí me costó un raspón en la rodilla, a ella, sin embargo, le costaron sus dichosos dientes de leche.

Allí, frente a mi nariz, estaba la niña que hacía mi vida imposible con todas sus travesuras.

Lo supe al instante: Floyd McFly y yo en una casa significaba problemas.

Problemas que seguro me buscarían a mí.

Y apodos; horribles y nefastos apodos.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora