C u a r e n t a

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Eran las 14:36 de la tarde.

Los fuertes ronquidos provenientes de Eli y su estado casi-muerto, causaron que fuera una de las primeras en despertar. Un reluciente rayo de sol se introducía entre el espacio de la ventana y la cortina justo en mi cara.

Con un dolor taladrándome en la cabeza, logré levantarme para luego sentir un mareo que me desequilibró. Me afirmé frente a lo primero que encontré: la cama. Eli dormía bajo las frazadas glorificando melodías traducidas en benditos ronquidos, los causantes de mi despertar. Aun así, una vez coloqué mis manos para apoyar mi cuerpo sobre una de sus piernas, se acomodó en medio de un gruñido.

Tarareé una canción de cuna para que continuara siendo capturada en los brazos de Morfeo y me equilibré.

El dolor en mi sien era persistente, el mareo se apropió de mí una vez que salí al pasillo. ¿Por qué tanto mareo si ni siquiera había bebido? Omití responder dicha pregunta con otra sinfonía de ronquidos proveniente del primer piso y unas risitas traviesas.

Bajar se me dificultó más de lo esperado con escalones que amenazaban desplazarse. ¿O era yo la que veía que se deslazaban? Da igual, el dolor de cabeza me estaba jugando en contra.

En la sala principal, Nora y Fabi dormían con las bocas tan abiertas que parecían cuevas tenebrosas. La mejor casa para alguna araña traviesa que buscase dónde armar su nido. No descarté la idea de la araña, leí hace un tiempo, cuando no daba más de aburrimiento, que todos alguna vez hemos tenido encontrones con arañas y nuestras bocas. Puaj.

Sherlyn parecía divertirse como nunca lo hizo antes, sacándole fotos con su celular al dúo de hermanas que ni con el chasquido de la cámara parecían dispuestas a despertar.

—¿Crees que pueda chantajearlas con este tipo de fotos? —preguntó la morena con una sonrisa maliciosa decorando su rostro. Me volví una vez más hacia las gemelas contemplando con magnificencia el espectáculo gratuito.

—Sí —respondí acercándome a Lyn para contemplar la pantalla de su celular.

—¿Cómo está Eli?

—Está bien, roncando igual que estas dos locas. —Me acerqué a las gemelas para acomodar la mantilla la cual tentaba en caer por sus piernas—. ¿Hace cuánto estás despierta?

—Unas horas. Sabes que no puedo dormir en otras casas.

Me incliné hacia la mantilla, pero el peso en mi cabeza aumentó. Tuve que sostenerme del sofá mientras Sherlyn se apresuró en afirmarme bajo el brazo.

—¿Estás bien?

La pregunta era innecesaria de realizar y responder, de todas formas, lo hice una vez encontré la estabilidad mental y física para hacerlo.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora