T r e i n t a y t r e s

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De regreso en la ciudad, nuestros padres nos esperaban en el aeropuerto, sin pancartas ni carteles con nuestros nombres, claro; ellos también estaban de luto por lo que a Felix le pasó

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De regreso en la ciudad, nuestros padres nos esperaban en el aeropuerto, sin pancartas ni carteles con nuestros nombres, claro; ellos también estaban de luto por lo que a Felix le pasó. Un abrazo como reencuentro entre él y sus padres fue lo último que vi antes de encaminarme junto a los míos hacia el auto de papá, en el estacionamiento.

Volví a casa con la nostalgia saliendo de mis poros a pesar de que solo me marché por el fin de semana.

La sensación era de años.

Recorrí mi cuarto por completo, deslizando mis manos por los muebles, la ropa, mis sencillas cosas sobre la cómoda, el cofre de Lena, mis fotografías y, finalmente, me recosté sobre la cama. Mi cama que añoraba tanto sentir.

Allí en mi espacio personal, mi refugio, rememoré los recientes sucesos ocurridos.

Era algo de no creer, tantas cosas en tan poco tiempo.

Me hallaba mental y físicamente cansada, con fervientes deseos de convertirme en un oso e hibernar para toda la vida. ¿Lo malo? Aquel día que todos alguna vez hemos maldecido llegaba en tan solo unas horas.

El primer día de semana desperté odiando a la vida y mi existencia misma. Me hice un ovillo bajo las sábanas y frazadas de la cama, ocultando mi cabeza bajo el almohadón y despojándome de todos mis deberes para gozar los minutos restantes hasta que la alarma de mi celular sonara por tercera vez.

La rutina seguía igual aunque a desde mi punto de vista, la sensación cambiaba. Todavía no me acostumbraba a la ausencia de los Frederick, menos a tener que esperar el bus con la única compañía de mis pasos golpeando el pavimento y mis gimoteos matutinos queriendo que mi año escolar acabe, pero por otro lado preocupándome de los siguientes años y las constantes preguntas sobre qué quería estudiar.

La maldición para los indecisos como yo era eso: decidir nuestro futuro a base de una carrera universitaria y yo, Floyd McFly, no lo sabía. Cada día era una constante tortura, el martirio de la nefasta pregunta y su respuesta que no dejaba satisfecho a cualquiera que fuera su emisor.

Un "año sabático" sonaba mucho mejor. Sí, señor.

Como todo lunes aburrido y sin mucho que hacer, el receso no era muy diferente. La rutina del gallinero consistía en hablar de su fin de semana y mirarle el trasero a los chicos, función en la que mi participación no era buena. ¿Cómo iba a decirles a todos que mi fin de semana fue el más raro en mis diecisiete años contaminando el aire? Vamos, que pretendíamos ir a ver a Brand y resultó que no pudo ser así, y terminamos encontrándonos con nuestros ídolos por ello. De solo pensar en aquello se me hacía raro, pero esa comezón interna en lo más profundo de mi estómago estaba allí, para recordarme que por fin era alguien para mi querida Synapses.

Perdida en mis pensamientos sobre Synapses y sus palabras volví a la realidad siendo mi sensor invisible el que detectó la presencia de Felix con Jo en mi radar.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora