Maldita sea parezco un crío que está por perder la virginidad.

Me pone sentirla palpitando igual que yo.

—Malditas bragas...—gruño por lo bajo y la deposito en la cama, luego le dejo claro lo rápido que nos hubiéramos ido de saber lo que había debajo del vestido y la escucho reírse.

Su risa hace que me sienta más seguro así que dejo que mis dedos se escapen por debajo de sus bragas.

Mierda.

-—Estás tan mojada...—gruño en su oído y comienzo a hacer fricción con nuestras entrepiernas al tiempo que la masturbo con mi mano.

Estoy muy duro y estoy seguro de que si sigo con este movimiento me voy a venir en su abdomen.

La beso con anhelo, con ganas, y deseando hacerle entender que de solo mirarla se me pone dura.

Bajo mi boca por su cuello saboreando cada espacio, cada parte de su cuerpo como si no volviera a tocarla nunca más y al llegar a sus tetas, le muerdo los pezones excitados.

—Me pone oírte gemir en mi oído —le susurro y me clava las uñas en la espalda—. Joder...

La palabra autocontrol se eliminó hace rato de mi sistema, por lo que no me contengo para penetrarla los dedos.

—¡Oh Dios! —grita y me permito verla de esta forma.

Despeinada, sonrojada y excitada al tiempo que grita mi nombre.

Me encanta hacerla gemir de placer con mis caricias, me pone demasiado.

—Hunter... por favor ¡Por favor! —agrego un dedo más en su entrepierna y parece perder el control. Se le ponen los ojos en blanco y me la coge sin vergüenza.

Me masturba al tiempo que yo lo hago y siento que voy a explotar en cualquier minuto si no me adentro en ella.

Sé que le gusta que sea rudo, y que no le pida permiso a la hora de estar en la cama pero necesito saber que en verdad no va a arrepentirse.

—¿Estás segura?  —me la aprieta con fuerza y suelto un suspiro—. Dime que quieres que te lo haga ahora mismo y no dudaré en hacerlo —hago presión con mi pulgar sobre su clitoris y jadea.

—¡Si, si! ¡Quiero que me lo hagas! —esas palabras salidas de su boca junto con gemidos y jadeos se sintieron como la gloria.

Esta mujer va a matarme.

¿Por qué no morimos juntos entonces?

—¿Qué quieres que te haga? —me burlo.

Hace fricción con fuerza en mi pene en respuesta y suelto un gruñido involuntario.

Sabe cómo manejarme.

Con lo poco que me queda de voluntad, me levanto de ella y busco el condón en mi mesa de noche.

Siempre los he tenido ahí desde los catorce, y a veces uno en mi bolsillo.

Uno nunca sabe.

Por alguna razón en mi cabeza comienzan a reproducirse imágenes de Holly y yo teniendo sexo en todos lados habidos por haber. Desde el sofá de mi sala hasta el escritorio de una escuela.

Lo sé soy muy fantasioso, pero quiero probar de todo con Holly si es que ella también lo quiere, quiero mostrarle la experiencia completa en lo que al sexo se refiere.

Quiero ser yo el que le enseñe todo y que sólo aplique lo enseñado conmigo.

Me observa hipnotizada cuando me pongo el condón e imagino que nunca ha visto cómo se coloca uno.

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