—Me duele la cabeza y estoy algo mareada.

—¿Te embriagaste en el baño con Felix haciéndote compañía? —Chisté ante tan pregunta que, por alguna razón, me sonó totalmente ofensiva. Sherlyn guardó su celular y luego alzó las manos en señal de inocencia—. Es una broma —explicó—. Sobre el mareo... Creo que los de deporte le pusieron alcohol a todas las bebidas que trajeron.

Eso explicaba por qué le hallé un sabor extraño. No le di mucha importancia al sabor de la bebida siendo completamente sincera, entre mi descubrimiento con Alex y lo que ocurrió con Felix, apenas supe lo que comí. ¡No! Ni eso hice, por eso tanto mareo.

Solo esperé que papá no tuviera algo para detectar el alcohol en la sangre porque al día siguiente se armaría mi gran problema.

—Deberíamos empezar a limpiar después comer algo —pronuncié con voz rasposa agarrándome la cabeza de camino a la cocina.

Toda la casa era un basural con olores nada agradables. Ni hablar de la cantidad de moscas que merodeaban por todos los rincones. Vasos desparramados por doquier, basura fuera del basurero, el piso lleno de pisadas con barro viniendo desde el patio y repartidas hasta en la pequeña lavandería, cerveza derramada en la nevera, condones inflados (y uno usado. Doble puaj), cajas de pizza rojas que los chicos usaron como escudo para refugiarse del tiroteo de maní, muchos vasos más y papel higiénico como una nueva tendencia en decoración de interiores.

—Claro —respondió Lyn—, podemos encargar comida china. Ah, y ten cuidado con pisar...

El extraño sonido chillón que oí al poner mi pie en la alfombra provocó que rebobinara hasta la noche anterior, justo donde Eli vomitó.

—Olvídalo, ya lo pisaste.

¡Genial!, volvería a casa oliendo a vinagre y doritos.

El lunes mañana mamá pasó a despertarme. Era el último año de colegio y necesitaba con urgencia cambiar mi mal por aplazar el despertador hasta que se hacía demasiado tarde para arreglarme y desayunar con la calma de una persona normal.

Aquel día se apellidó «desastre mañanero», tanto por mi falta de entusiasmo al levantarme y porque arruiné unos importantes papeles de papá cuando fingía ser la hija ejemplar y me despedía de él con un beso. Estúpido codo. Además de desparramar su café, metí la punta de mi cabello en la taza, lo que provocó que goteara y manchara mi vestido. Minutos más tarde, resbalé al pisar el primer peldaño del bus, desatando la risa de todos los que lograron ver mi penosa acción. Avancé por el pasillo para encontrar al gallinero, quienes comentaban sobre la fiesta en casa de Eli y la ardua tarea que resultó quitar el vómito pegado de la alfombra. El desayuno se me revolvió en el estómago, no solo por recordar el asqueroso hedor que emanó de mi pie esa tarde, sino porque apenas había pensado en mi respuesta hacia Alex.

Aceptar o no aceptar, he ahí mi pequeño dilema.

Llegué a Jackson ocultándome de todo aquel chico que llevase la chaqueta del colegio y tuviese aspecto de deportista. Me mantuve tanto tiempo en las nubes que la caída dolió, sobre todo al oír ese «eh, Bonita». Casi caigo al suelo con una embolia cerebral.

—Alex —canturrié de camino al pasillo—. Hola, je, je.

Me examinó un momento durante el trayecto que cruzábamos el umbral de la puerta principal.

—¿Estás bien?

—Lo estoy, lo estoy... —respondí agitando mi mano con vehemencia—. ¿Y tú? ¿Cómo estuvo el fin de semana? ¿Fuiste a la iglesia el domingo? —Me eché a reír con nerviosismo. Una cosa estaba clara: todo valía para aplazar mi respuesta.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now