T r e i n t a y n u e v e

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—¿Yo? Fuiste tú la que lo sugirió, yo solo fui víctima de la tentación. De haber sabido que vendría prácticamente hasta Johnny Depp no los habría invitado.

Lyn se marchó de la sala hacia la cocina blanqueado los ojos con su mejor amigo entre las manos. Yo, desde mi lugar miré el baño.

El sitio estaba frío. Creo que era el único lugar de la casa relativamente limpio, exceptuando la habitación de los padres de Eli. Felix cerró la puerta a sus espaldas dejando entre ver lo pequeño que el lugar era. Se tuvo que pegar a la pared quedando de lado al lavamanos. Su perfil se reflejaba en el espejo, el mío también.

Con la luz led, su rostro se veía mucho más pálido; tenía la nariz algo roja y sus ojos también.

En ese espacio comprimido, recordé un momento de niños, en el que asistíamos al jardín. Me había caído y pelado las rodillas, me dolían demasiado, pero temía decirles a las tías porque ellas me echarían un montón de cosas a las que temía. Felix se percató de mi dolor, me agarró de la mano, siempre tan silencioso y cauteloso, entonces nos encerró en el baño.

Todavía recuerdo las tiritas que sacó del bolsillo de su pantalón y me colocó como todo un profesional.

La situación se repetía, de una forma mucho más dolorosa.

—¿Crees que soy cobarde?

La pregunta que emitió me dejó marchando puntos suspensivos en el aire.

Negué con la cabeza pasando mi dedo por el rabillo de mi ojo. Deseé que hubiese pasado eso, aunque claramente así no era.

—Creo que eres demasiado bueno al no querer lastimar a nadie —confesé—. Pero Felix, es imposible no hacerlo. No puedes cerrarte en tu mundo con el miedo de lo que ocurrirá después. Suena muy... —la barbilla me tembló— ah, no tengo palabras para describirlo. Entiendo tu punto, de verdad. Créeme cuando te digo que después de la muerte sí hay vida en esta Tierra... La existencia, las enseñanzas, el amor que entregas, los recuerdos... siempre estarás en el pensamiento de alguien, como lo estás ahora. —Las lágrimas me volvieron a caer—. Está bien tener miedo, yo también lo tengo, pero no te encierres, ¿sí?

—Se oye tan simple...

—El grado de dificultad lo pones tú mismo.

Pasó su mano por mis mejillas secando todo rastro de lágrimas con una delicadeza que se asimilaba a una caricia.

—No llores más.

—N-no estoy llorando...

Lo estaba, no admitirlo era parte de mi orgullo.

—Difiero de eso —manifestó. Alargó su brazo por mi lado hasta el rollo con papel higiénico; enrolló un poco en su mano y me lo entregó—. Ten.

Respiré entrecortadamente admirando su pequeño gesto en mis manos. Acaricié el papel como si se tratase de un pañuelo con su nombre bordado y me lo estaba obsequiado para el recuerdo.

—Todo lo que me entregues y todo lo que tengas que entregar lo guardaré —declaré subiendo mi vista para un encuentro con sus ojos marrones—. Lo prometo. Solo... no te encierres, no te contengas. Por favor.

Una sonrisa diminuta surcó sus labios.

—Intentaré no hacerlo.

—No basta con intentarlo, Chami.

Mi reprendida no pareció sentarle bien pues hizo una más de sus tan familiares muecas de disgusto.

—Eres demasiado exigente.

Un beso bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora