EL PAJAR

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Maria:

Mientras la mayoría de los habitantes del pueblo reparaban en un agujero en el que meterían a Bartolo, yo estaba decidida a hacer que Tom se fijase en otro: en el de mi entrepierna. Una comparación bastante grosera, aunque real. Por algo nos estábamos perdiendo por los terrenos de Paco.

El sol calentaba sin impedimento alguno y, en aquellas parcelas, dar con una sombra era imposible. La temperatura era muy alta y ni siquiera el anochecer se llevó el calor que flotaba en el ambiente.

Lo que sí que se llevó fue nuestros formalismos, ya que tras horas sudando la gota gorda, me cansé de esperar a que él moviese ficha y tomé las riendas:

—Tú y yo tenemos una cuenta pendiente, Tom.

Oui. —Sonrió—. No creas que lo he olvidado.

—Pues lo parece.

Su sonrisa flaqueó.

—Oh. ¿Estás enfadada?

Me paré frente a él.

—Lo que estoy es ansiosa.

—Y enfadada.

—¡Que no!

—Tensa.

—¿Tensa yo?

Oui. ¿Seguro que quieres estar conmigo?

Di un paso atrás arrastrando mis pies por la gravilla del camino.

—¿Qué insinúas?

—No estás muy receptiva.

—¡Oh! Perdóname si no repito el show de la casa de tu padre. —Con los brazos en jarras me contoneé con guasa y reproché—: Hoy podrías currártelo tú.

—¿Te apetece que me lo cuje? —Se le coló el acento.

Puede que lo hiciera aposta.

—¿Crees que si no me apeteciese me hubiese pegado tal caminata?

Dudó y me desesperé:

—¡Joder, Tom! ¡Que sí que quiero!

Bien —dijo en francés.

Sumido en sus pensamientos, se frotó las palmas lentamente, hasta que, al fin se avispó:

—Me he pasado días recreando en mi mente la escena del salón.

«Por ahí ¡sí!».

Me hice la tonta:

—Ah. ¿Qué ocurrió?

—Te refrescaré la memoria. —Dio un paso—. Verás, tú te desnudaste. —Otro paso—. Me desnudaste. —Se pegó a mí—. Y te agachaste a...

—¿A qué? —Incité—: Dímelo con acento.

—A... ¿chupájmela?

No tuvo el efecto que pretendía. Los dos nos reímos.

«Qué ridículo».

Al menos con la excusa de la carcajada, dejé caer mi cabeza sobre su hombro derecho y afirmé:

—Exacto, Tom. Eso es justo lo que quería hacer.

Me atreví a besar su cuello y mi boca patinó hacia arriba, hacia su oreja. Mordí con suavidad el lóbulo y exhalé:

—Y aún quiero hacerlo.

Tomé distancia para posar mi frente sobre la suya.

Irradiaba calor y ya percibía su respiración alterada.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora