TOM Y NIL

19.6K 2.1K 285
                                    

Maria:

La desplomada volvió en sí. Más o menos. El aturdimiento no se lo quitaría nadie pero había recuperado el conocimiento.

Entonces me ausenté a ducharme y, para cuando regresé a la cocina, ya estaban todos reunidos. Todos excepto Carmen, cuyo paradero era un misterio.

—Hola, mendiguita —me saludó Susana al llegar.

Quería guerra.

Y la tendría:

—Hola, vaquera. —Posé mi trasero en una silla y fingí cabalgar sobre ella—: Tacatá, tacatá, tacatá.

—Ridícula.

Puse morritos y quise integrarme:

—¿De qué hablabais?

Paola aún estaba ensimismada, no prestaba atención a nada ni a nadie, y en el rostro de Leo se dibujó una mueca de incomodidad.

Insistí:

—¿Qué pasa?

Vintage me sacó de dudas.

—Hablábamos de mi sobrina. Como cuando me marché no estaba pasando por un buen momento, quería saber qué tal se encuentra ahora.

—Ya. Pues diría que está de maravilla. ¿Ya sabes que se ha puesto en contacto con Leo gracias a un canario?

—¡Hala! —flipó Susana—. ¿Hay canarios mensajeros? Creía que solo palomas.

La beata conectó con nosotros:

—Y lechuzas.

Volvió a desconectar.

—¿Qué bobadas decís? —Vintage se había perdido.

—Pues sobre el móvil de tu sobrina —puntualicé—, que está en Fondo de Bikini.

—¿Mi sobrina?

—No, el móvil.

—¿El móvil está en bikini? Cómo ha avanzado la industria de las fundas.

Leonardo aportó algo de sentido a la conversación:

—Maria, Paco no sabe a qué te refieres. Cuando me ha preguntado por mi novia no he entrado en detalles tan absurdos.

—¿Absurdos? ¡Qué achantado eres! —Busqué la complicidad de Paola—: Amiga, ¿a ti te parece absurdo que lo ignore por un maromo con yate?

—Naturalmente.

No se lo tuve en cuenta. Estaba en Babia.

—Maria, ¡ya! Es cosa mía —me apartó Leo.

—¡Y mía! Porque eres mi amigo.

—Espera. ¿Ahora somos amigos?

—Pues sí. Es lo único que somos. Bueno, amigos —Recordé con rencor—: y descerebrados.

Evitó la disputa:

—Ah... Guay.

Yo no pude eludirla:

—¿Guay? ¡Qué borde! Si tan solo trataba de abrirte los ojos.

Como si no fuese una metáfora, los abrió como platos.

—Ya. Es que tú siempre lo ves todo claro.

—Pues no —acepté—. He estado muy perdida. De hecho, lo sigo estando. Pero... —De golpe, la garganta se me estrechó, algo extraño en una bocazas profesional como yo.

—¿Qué?

—Pues que... Mira —Logré soltar—: si me estoy encontrando, en parte es gracias a tu ayuda.

Aquello no lo ablandó. Al contrario:

—Claro, claro.

—¡Pues sí! —Sentía cada latido sobre mi compungido pecho—. Quería echarte una mano. ¡Devolverte el favor! Porque aunque me marees con tus tonterías, tú me... —Miré a Vintage de reojo—. Me caes bien.

Se le escapó una fugaz carcajada.

Después, la mandíbula se le marcó más de lo habitual y, entonces, no consiguió contenerse:

—Te caigo bien, pero me ausenté un mísero día y ya tenías al francés, que te caía aún mejor. Ah, y tampoco olvidemos a Nil, tu surfista favorito. —Concretó—: Vamos, que te caigo bien yo y ¿cuántos más?

Silencio rotundo.

—Leo —Con voz quebrada, advertí—, te has pasado.

—¿Y tú no te pasas?

Pese a no haber obtenido respuesta por mi parte, dio rienda suelta a todo el rencor que llevaba dentro:

—Detesto que opines sobre mi relación como si fueses una experta. No lo eres. Y aunque lo fueses, agradecería que no te metieras. Ni metieses a nadie. Preocúpate por ti y tus múltiples ligues.

—¿Mis múltiples ligues? —Sentí una punzada en el pecho.

Vintage carraspeó y trató de ponerle fin:

—Basta, mendrugos. Basta de cháchara. —Ni Paola ni Susana se volvieron hacia él. Mucho menos Leo y yo—. No sé lo que habrá pasado cuando yo estaba de crucero, pero no quiero malos rollos en la plantilla.

—Diría que ya es tarde, Paquitito —apuntó Susana.

Nosotros permanecíamos ajenos a los comentarios externos, por ello me atreví a preguntar:

—¿Te arrepientes de lo de la furgo?

—¿Qué? —se sobresaltó Vintage—. ¿Qué ha sucedido en la furgo?

—¡Calla, querido! —ordenó Susana.

Y la atención se centró en Leonardo, quien me contestó con una voz y unas palabras que destilaban veneno:

—Eso da igual, Maria. Solo pido que no vuelvas a meterte en mi vida. Céntrate en Tom y Nil.

—Tom y Nil. —Susana susurró al resto de oyentes—: Parece el título de unos dibujos animados.

Yo tragué saliva y, fiel a mi costumbre de tomar decisiones de mierda, me dispuse a desahogarme delante de todos, pero no cargando contra él, sino compartiendo con sinceridad todo lo que pensaba sobre él y la contable; sobre yo y mis ligues; y sobre «¿nosotros?».

Por otro lado, no hubiese sido justo presionarlo así.

Y el destino lo sabía.

Por ello me mandó a Carmen en aquel preciso instante:

—¡¡¡Cachorros!!! —Irrumpió en la casa—. Ha pasado algo horrible.



¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora