EPÍLOGO

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Maria:

Una semana más tarde

—Ave María Purísima —dije.

A diferencia de la última vez que entré en aquella iglesia, no estaba borracha y advertí que había un pequeño taburete donde acomodar las rodillas.

«Tiene sentido», lo utilicé y seguí:

—Bendígame, padre.

—¿Qué pecado ha cometido?

—Muchos. Pero el mayor de los pecados lo está cometiendo usted.

«¿Cómo es que no me reconoce?», me ofendía.

—Yo... —titubeó—. Si viene por los dos monitores que han sufrido un golpe de calor en los campamentos organizados por la iglesia, que sepa...

—¿Qué? ¡No, Conrado! ¡Soy yo!

Se aproximó a la rejilla que nos separaba.

—¿Maria? —sonó emocionado.

No sabía si lo que realmente le hacía ilusión era que se tratase de mí, o que no se tratase de nadie relacionado con aquellos campamentos.

—Exacto, Maria. —Vacilé—: Como la Virgen.

Me llegó su cautelosa carcajada desde el interior del confesionario.

—¡Qué alegría!

Luego preguntó:

—Dígame, ¿cómo se encuentra?

—Genial, padre. Gracias a usted.

—A Dios.

—¿Adiós? ¿Ya? —Miré a mi alrededor, no había nadie más—. ¿Tiene prisa?

—No, me refería a que debemos dar gracias a Dios.

—Ah, sí, sí. Siempre.

Para mostrarle que me movía en ambientes cristianos, le hablé de Paola:

—¿Sabe que mi bestie de Trespadejo es la encargada de que la gente eche pasta al cepillo?

—¡Vaya! ¿Es dentista?

—¿Qué? No. Es beata.

Nos sumimos en un silencio lleno de desconcierto y Conrado sacó otro tema:

—Entiendo que aún trabaja para mi hermano.

—Así es. Estoy encantada allí. Hemos formado una gran familia y... —Se me agrandaron los ojos—. Eh, tengo una buena noticia. ¿Recuerda a Txalote?

—Sí, faltaría más.

—Pues está muerto.

—Oh. —Me juzgó—: ¿Y eso la hace feliz?

—¡No! Quería contarle que he conseguido que Paco acepte no comerse a su hijo, ni a los amigos de este. Ahora los cochinillos viven con nosotros, pasean por la granja con Lord, nuestro gato.

—Espléndido, Maria.

La conversación dio otro giro cuando se preocupó:

—¿Y qué le ha ocurrido en la mano?

La tenía vendada. Por suerte, era la única parte de mi cuerpo que había sufrido daños en el atropello. Y con la adrenalina, ni me inmuté.

—Una larga historia, padre. No se asuste. —Lucí el vendaje—. Además, es la izquierda y soy diestra.

Apuntó:

—Puede llevar a cabo las labores de campo.

—Y hacer otras cosas también. —Guiñé un ojo—. Es que, tengo novio.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora