MORENO

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Leonardo:

¡QUIQUIRIQUÍ!, me despertó el escandaloso gallo antes de que sonara mi alarma.

Como todavía era temprano y no tenía que empezar a hacer recados hasta una hora después, pensé en darme una buena ducha, sin ningún tipo de prisa y en absoluta tranquilidad.

Me destapé y salí al pasillo vestido tan solo con un bóxer.

—Qué puto frío.

La casa tenía paredes de piedra muy anchas y tardaba bastante en calentarse.

Bajé corriendo al baño de la planta baja —el único que funcionaba—, y me encerré en él poniendo en marcha la ducha con el agua caliente.

—Ay. Esto sí... —disfrutaba bajo la cascada que surgía de la roñosa alcachofa que Vintage se negaba a cambiar.

Abrí el bote de gel y, con las manos —nunca fui partidario de usar esponjas—, me froté hasta quedar impecable.

Ya estaba listo para afrontar un nuevo día.

—¡Con todo, Leo! —me motivé.

Cerré el grifo de un manotazo y, de golpe, la alcachofa se soltó y cayó sobre mi cabeza.

—¡Hostias!

Algo aturdido, me estiré para alcanzar una toalla, me la até a la cintura y salí del baño. El frío me envolvió de nuevo y rápidamente fui escaleras arriba, hasta que, cuando ya casi había llegado a mi piso...

—¡Eh, moreno! Ya veo que has madrugado.

Giré sobre mis talones y vi a Maria. Quise preguntarle qué hacía ahí, pero entonces mi pie mojado patinó, se me escapó la toalla y perdí el equilibrio.

Caí de culo y quedé sentado, con las piernas abiertas, frente a ella.

—Y tanto que moreno —se asombró.

No podía apartar la vista de mi entrepierna.

—¡Tú! ¡Se te van a salir los ojos!

—Leo, no se me van a salir, ¡me los vas a sacar tú!

Me puse en pie y eché a correr hacia mi cuarto, donde me encerré.

—¿Quieres la toalla? —Maria me había seguido y me hablaba desde el otro lado de la puerta.

—¡Ya no la necesito! Lárgate.

—Bien, te la dejo aquí tirada.

—Guay. ¡Adiós!

Creí que se había marchado, pero la escuché murmurar:

—Así es imposible huir del puto vicio.

Puse los ojos en blanco, aunque con una sonrisa.

—¿Tú no te ibas?

—Te estaba esperando para bajar juntos.

—Tranquila, voy a quedarme un rato con el móvil.

—¿Acaso hay internet?

—A veces sí.

—Entiendo. Con esa pedazo de antena.

—¡¡¡Maria!!! ¡Fuera!

Al fin se marchó.

Me vestí y como aún tenía algo de tiempo antes de ir a por el pan, intenté utilizar el teléfono. Pero mi compañera estaba en lo cierto, la conexión era pésima. Tan solo logré que cargara WhatsApp.

Hablé con un par de amigos y comprobé que mi novia aún no me había contestado a lo que le había escrito el día anterior. Gracias a ello también comprobé que: no me importaba.

No sentí pena. Al contrario. Me sentí aliviado. Cuanto más tardase ella en entrar al chat, más podría tardar yo. Lo que me pareció genial porque, la verdad, no me apetecía mantener otra conversación en la que los dos nos reprochásemos lo poco que nos echábamos en falta, ni oír cuánto odiaba su trabajo mientras indirectamente alardeaba de tener un curro conseguido por méritos propios. No como yo, «el enchufado».

Apagué el teléfono, lo dejé en el cajón de la mesilla y fui a la panadería.

Volví con una chapata en mano y por el camino me percaté de que, a diferencia de los anteriores días, llevaba la camiseta. Estuve a punto de entrar así en la cocina de la casa principal pero...

—Hay costumbres que no se deben perder. —Me la quité y abrí la puerta—. ¡Ya estoy aquí!

—Joder. Otra vez con el pechito al aire —me recibió Maria—. ¿No te has lucido lo suficiente después de la ducha?

—Perdonad, muchachos. —Vintage se desconcertó—. ¿De qué narices habláis?



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SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: hoy es mi cumple, así que subiré otro cap para celebrarlo jaja

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HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora