EL POTUNGO ENTERO

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Maria:

A las diez y media de la noche, dimos comienzo al plan. La primera parte salió bien: Leo llamó a la puerta de la casa, charló con el dueño y lo convenció para que le acompañase en busca de la supuesta perdida mascota.

Nosotras, que los espiábamos desde lejos, pasamos a la segunda fase:

—Vía libre —avisó Carmen.

Transportamos una pesada escalera hasta la vivienda y Paola preguntó:

—¿Dónde la ponemos?

—Bajo la ventana abierta —indicó Carmen.

—No hay ninguna abierta.

—¿Con el calor que hace? Tiene que haber.

—Carmen, no hay —reafirmé yo.

—Entonces...

Lo meditó. Pero no mucho:

—Aquí mismo.

La colocamos bajo una ventana del primer piso.

—¡Ea, cachorras! ¿Quién va primero?

—¿Tú? —la empujé.

—¿Yo? No. ¡Tú! Por lista.

No me quedó otra opción. Ella era la jefa.

Ascender por los peldaños con un vestido de gala no se me estaba haciendo tan complicado como esperaba, ya que aquella prenda era tan corta que podía mover perfectamente las piernas.

—Por favor... —La ex de Paco me miraba junto a Paola desde abajo—. Te podrías haber puesto bragas.

—Ay, ¿se me ve...?

—Mucho —declaró Paola.

Y Carmen:

—Sí. El potungo entero. Pero ¡ale! Ya no te líes.

Pronto llegué al último peldaño y comprobé:

—Mierda. La ventana está cerrada.

—Era de cajón —rezongó Paola.

Carmen no se rindió:

—Maria, tú tira hacia ti.

Lo intenté, pero me desequilibré y quedé con un pie en el aire y el otro anclado al peldaño, formando un ángulo de noventa grados.

—¡Santo cielo! —se asustó Paola—. Lo único que ha abierto son las patas.

Estaba escandalizada por las vistas.

—Es muy difícil tirar hacia mí si las asas están por dentro. —Me incorporé—. Además, ¡que está cerrada!

—Prueba a darle un golpecito para aflojarla —dijo Carmen—. O escupe en las bisagras.

Reuní saliva y ¡fuap!

—Qué asco —se quejó Paola—. ¡Me ha salpicado!

—La ley de la gravedad —le explicó Carmen.

Pasaron un par de minutos mientras lo intentaba, hasta que a la ex de Paco se le agotó la paciencia:

—Qué torpeza. ¡Baja! Ya lo hago yo.

Cambiamos los puestos. Carmen intentaba entrar y yo y Paola la criticábamos:

—Es imposible. Qué cabezota es.

—Necesitaría un milagro de Dios.

—Real. Ya te digo yo que...

Nos vimos en medio de una lluvia de cristales.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora