EL VIAJE

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Leonardo:

Durante el desayuno, Carmen nos informó acerca de la primera tarea que tendríamos que llevar a cabo aquel día. Era una muy especial, porque marcaría un antes y un después en su mandato: nos permitiría salir por nuestra cuenta de los terrenos de Vintage.

—Iréis los tres a Cuartilla.

—¿Cuartilla? —No me sonaba de nada.

—Es un pueblo lleno de almacenes y supermercados —aclaró Paola—. Está a una hora. Las grandes compras se hacen allí.

—Exacto. Necesito que vayáis en la furgoneta de Paco y recojáis unos cuantos sacos de viruta para los corrales.

—¡Ah! ¿La furgoneta de Paco funciona? —desconfié.

Y Maria añadió:

—Tiene pinta de llevar años sin usarse.

—Cómo sois los jóvenes. ¡Está de maravilla!

La miramos con recelo.

—Además, es la única manera de transportar todos los sacos encargados. ¡Es lo que hay! —zanjó.

Fuese o no fuese una buena idea, iríamos de excursión...


La primera parte del viaje

Decidimos que, para ir a Cuartilla, primero conduciría yo y luego Maria. Nos turnaríamos. Por tanto, Paola se sentó en uno de los asientos de atrás, Maria en el del copiloto, y yo en el del conductor.

—¿Preparadas? —Me sentí el chófer de un autobús escolar.

—¡Sí! —afirmó Paola, y se santiguó.

—¡Dale! —alzó la voz Maria.

Arranqué, avanzamos un mísero metro y...

—Se te ha calado —comentó Maria lo evidente.

—Ya. Disculpad.

Sin perder el tiempo, lo volví a intentar.

Pero tampoco hubo suerte.

—Leo, ¿tienes el carnet? —cuestionó la copiloto.

—¡Claro! Es que me estáis poniendo nervioso.

Respiré hondo y probé de nuevo.

Otro fracaso. El vehículo pegó un salto y se detuvo con brusquedad.

—O se te ha olvidado estar al volante o nos quieres partir el cuello —exageró Maria.

—Un poco de todo. —Me desquiciaba.

Conté hasta diez y, menos mal, lo conseguí:

—Ahora sí.

La furgoneta agonizaba mientras recorríamos los primeros metros del largo viaje que nos esperaba.

—¡Allá vamos! —celebró Paola.

—¡Tened cuidado, cachorros! —se despidió Carmen mientras tendía la ropa en la entrada de la casa principal.

Como se hacía antaño, sacudió un pañuelo blanco, uno con sospechosas costuras... Eran unas bragas.

Nos alejamos y recorrimos un retorcido camino por el monte hasta que cogimos la carretera general. Esta atravesaba inmensos campos de trigo y era tan recta como aburrida.

Maria pretendió amenizar el viaje:

—Bueno, ¿jugamos a un juego? ¿Al veoveo?

—Qué infantil eres —descarté.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora