El mitológico Evan

Start from the beginning
                                    

—¿En qué piensas? —El sonido de su voz me catapultó fuera de mis pensamientos. Lo observé de reojo, agradecida de que tuviera que concentrar su atención en la calle.

—¿Por qué tienes el carro de Dimitri? —pregunté, aceptando que era un tema de conversación mucho más inofensivo que el que daba vueltas en mi cabeza.

Evan me dio un rápido vistazo.

—Se lo pedí prestado.

—¿Y tu carro? —Sabía que tenía uno porque en algunas oportunidades, él había acercado a Dimitri a mi casa. ¿Recuerdan? En una de esas ocasiones ocurrió nuestro gran primer encuentro, que no tuvo nada de romántico pero el que yo alegremente me encargué de engalanar para mis amigas.

—Lo vendí.

Di un pequeño respingo, sin esperarme eso.

—¿Lo vendiste? ¿Por qué? —Cerré los ojos instantáneamente al notar el tono demandante en mi voz, ¿acaso le estaba pidiendo explicaciones? No era como si él tuviese que consultarme ese tipo de decisiones. ¡No es tu jodido esposo, Daphne!

—Bueno... —Él alargó la palabra un poco más de la cuenta, quizá pensando en decirme que no era mi maldito problema. Y es que si me lo decía, no podía reclamarle. Estaba en todo su derecho—. El mismo ruso que vetaste de tu casa, me jugó una apuesta que perdí.

Traté de modular mi curiosidad, pero al diablo. Era un psicólogo, debía estar acostumbrado a tratar con personas impertinentes.

—¿Y la apuesta implicaba vender tu carro? ¿Tan alto era lo que apostaron?

Evan sonrió de medio lado una vez más, sacudiendo brevemente la cabeza.

—No, si perdía tenía que enfrentar uno de mis miedos.

—Oh... —No podía pensar cómo estar sin carro podría ser uno de sus miedos, pero ¿quién era yo para juzgarlo?

Él me envió otra vez una rápida miradita.

—Uno de mis miedos es conducir una motocicleta, así que vendí mi auto para comprar una.

—¿Compraste una motocicleta? —Oh, oh... pude ver demasiado clara la imagen que comenzó a construirse en mi mente, de un Evan subido en una motocicleta con toda su pinta de intelectual reemplazada por la de un sexy motero. Y sí, no hubo nada en esa escena que me desagradara. Seguramente se vería súper caliente en una chaqueta de cuero, lentes oscuros y su cabello revuelto por el viento... o mis manos.

—Sí. —Inconscientemente se pasó una mano por el cabello, haciendo que los mechones castaños se dispararan en todas direcciones. Probablemente le estaba haciendo falta un buen recorte, pero yo no iba a ser quien se lo señalara—. Aunque todavía no me acostumbro al armatoste ese, no puedo dejar de pensar que con un giro imprudente terminaré decorando el asfalto con buena parte de mis sesos.

—Hiu...

Hizo una mueca con sus carnosos labios, ilegales, insaciables e insustituibles.

Recientemente me había dado cuenta que esas tres palabras indudablemente siempre debían ir junto a la descripción de sus labios. Era, en cierto modo, de justiciar avisar a todas las incautas lectoras de los atributos que se cargaban esos labios.

—Lo siento, eso no ha sido muy delicado de mi parte.

—Pierde cuidado —dije, desestimando el asunto con un movimiento de mi mano. En ese momento se me dio por mirar por la ventanilla, tratando de adivinar adónde nos estábamos dirigiendo, pero mi sentido de la ubicación apestaba. Estaba jodidamente resuelta a conseguir que colocaran un cartel luminoso en la puerta de mi casa, para no perderla tan a menudo—. ¿Adónde vamos?

El mito de Daphne (libro II de la serie)Where stories live. Discover now