―¿Crees que ella aceptará venir solo para cuidar a Rosy mientras tú y yo nos vamos de fiesta?

Louis asintió, sonriente y seguro.

―Ya la voy a llamar ―dijo Louis, levantándose y caminando hacia el baño; la vejiga estaba por explotarle también. Pensó que podría llamar desde ahí.

Caleb sonrió. Era imposible que Andrea aceptara.

―Ya está ―dijo Louis, regresando a la sala unos minutos después. Caleb lo miró, curioso―. Dijo que sí. Viene en camino.

Caleb se rió.

―Estás de broma.

―No ―contestó Louis, no entendiendo la risa de Caleb―. Me dijo que estaba bien, además ella tampoco tenía nada que hacer y...

―¡Estás loco! ―Caleb prácticamente saltó del sofá para quedar parado frente a Louis, quien lo miraba hacia arriba, como un niño pequeño disculpándose con la mirada con un adulto por una travesura―. No voy a dejar a Rosy sola.

Louis se puso de pie.

―Mi mamá la cuidará bien... Es como una hija para ella ―le dijo a Caleb―. Son como unos hijos para ella ―agregó.

Caleb resopló, pensándolo.

―Discúlpame ―dijo Louis con voz bajita, volviéndose a sentar―, es solo que no has salido para nada desde...

―Desde el accidente ―completó Caleb.

―Sí, el cual pudo ser peor ―le dijo Louis―. No sé por qué... ―negó con la cabeza, buscando las palabras―, buscas estancarte en ese día. ―Se puso de pie―. Pudiste morir, pero no lo hiciste, hermano. Tienes que dejarlo ir.

A Caleb solía sorprenderle cuando Louis decía algo profundo, pero sobretodo, cuando tenía razón.

―No lo entiendes ―dijo Caleb.

―Porque no me explicas ―respondió Louis, tan pronto como el otro dejó de hablar.

Caleb soltó el aire, arrepintiéndose de lo que estaba por decir.

―Está bien. Iré.

Louis sonrió.

―Ya ves ―le dijo a Caleb―, que sí puedes.

―Vete a la mierda ―contestó, pero eso no fue suficiente para borrar la calma y sonrisa en el rostro de Louis―. Y nos venimos antes de las doce.

―Claro, jefe. Lo que diga ―aceptó Louis, mirando su celular, que marcaba las 7:15 de la noche.

―Ya regreso ―se despidió Louis, apresurándose a la puerta―. Estate listo. Vuelvo en media hora por ti.

Caleb no respondió.

―Sonríe, Thomas ―le dijo Louis―. La vida es corta.

―Ya vete.

Louis cerró la puerta tras su salida, mientras la pequeña Rosy bajaba por la escalera rumbo al baño. Caleb no podía quitarse la inseguridad de dejarla con alguien que no fue él mismo.

Cuarenta y cinco minutos después, Louis apareció por la casa de Caleb.

―Casi te tardas ―le dijo Caleb con sarcasmo cuando abrió la puerta.

―Tráfico de mierda ―se excusó Louis.

―Esa boca ―reprendió Andrea desde la sala.

Louis la miró y le sonrió.

Como El AtardecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora