T r e i n t a y s e i s

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—¿Eso importa? ¡Solo aconséjenme!

—¿Qué quieres saber?

Por un raro momento sentí que la biblioteca se convirtió en la oficina de Al Pacino; la mesa su escritorio, las gemelas detrás, yo mirándolas de frente temiendo por mi vida. Qué imaginación más volátil la de ese día, tanto que con cada situación solía imaginarme cosas. La paranoia y demencia se estaban apoderando de mí, lentamente.

O solo eran nervios por la inexperiencia en el tema.

—Quiero que alguien sea más... expresivo en cuanto sus sentimientos y los aclare, que deje sus cambios repentinos de lado... Uhm, que sea más abierto.

Ya, más evidente no podía ser, faltaba que hiciera una banda que dijera «quiero que Felix sea más claro con sus sentimientos», aunque claro, era demasiado.

—¿De quién estará hablando...? —interrogó la adicta al celular, Lyn, con una tonada cantarina y sarcástica.

—Entonces evidentemente, mi querido Hurón, quieres llamar al señor C.

Fabiola alzó una ceja y puso la expresión como la de un jugador de póquer que sí o sí confía en que ganará. Me preguntaba cómo podían hacer tal gesto cuando yo apenas podía cerrar un ojo; mis facciones no se alejaban mucho de las de Felix.

—Búscate a un chico y el señor C hará su despiadada aparición —continuó Nora, quien por un momento parecía una bruja jorobada frotándose las manos, solo le faltaba la verruga en la punta de la nariz.

—No conozco a ningún chico que cumpla con esas intenciones, solamente hablo con Jo. Dudo mucho que ponga celoso a F... falguien.

Tosí para disimular el descaro intento de mi cerebro por delatarme frente al gallinero pese a que el cuarteto de cotorras sabía a quién me refería, evidentemente. Lo supe por sus insinuantes miradas.

Rayos, y yo que creí que estaba mejorando en cuanto a actuación.

Amplié mi mente recordando los rostros familiares y el listado de chicos que creé en mi cabeza con los posibles candidatos para que el señor C se apoderara de Felix Frederick. Mi poca creatividad no sabía qué opciones tomar.

—¡Oigan, chicas! —El siseo para que Eli baje la voz llenó a tornar rojas sus mejillas. Se encogió de hombros, mostrándose culposa y luego volvió a acomodarse en su asiento—. El sábado juntémonos.

—¿Qué hay de especial el sábado?

—Es mi cumpleaños —respondió para sacarle la lengua luego a Nora.

Fabi y yo hicimos una mueca de disgusto evidente.

—Por favor, no nos hagas usar esos gorros raros de aluminio como el año pasado —se quejó la gemela, dejándose caer sobre el respaldo de la silla.

La petición no le sentó nada bien a la conspiranoica.

—Bien —accedió después de cinco segundos en silencio—. Nada de gorros extraños.

—Ni películas extrañas —agregó Sherlyn—, por favor.

—¡Bien! —gruñó haciendo caso omiso a su anterior reto— ¡Pero ustedes me ayudarán a pagar lo que consumirán! No quiero quedar en banca rota.

Accedimos con repetidos movimientos con la cabeza, no pudimos hablar más, la misma bibliotecaria llegó a nuestro lugar a callarnos.

En la tarde del martes, Felix y yo tuvimos que saltarnos el club de Voluntarios. Ninguno de los dos se quejó por ello, la idea de pintar y mancharnos de blanco sonaba mucho mejor que estar pegados a nuestros asientos esperando que alguien hiciera su aparición buscando ayuda, puesto que solo eso podía animar al club.

Megura se lamentó de nuestro castigo —la única del grupo— y dijo que haríamos falta en la sala, como si nuestra invisible existencia sirviese de algo. En aquella oscura y lúgubre sala, cada uno vivía su mundo, excepto Jo, claro, el siempre prefirió compartirlo conmigo hablando hasta quedarse sin ideas.

Por mi parte, me entusiasmaba más la idea de repetir lo del día anterior, las canciones antiguas, el baile, el cielo estrellado... el silencio. Pero no se podía: era martes de club, el conserje no se animaba a poner canciones a esas horas con los tantos alumnos en el colegio. Prefería hacerlo cuando la música pudiera apreciarse en plenitud, como tuvimos el privilegio de hacerlo Felix y yo el lunes.

—Me debes una respuesta.

Cuando rompí el silencio, Felix no se esmeró en voltear para contestar con su seca pregunta.

—¿De qué hablas?

—Ayer, en la noche antes de que llegara Fredd y sus cómplices, te pregunté si eres el chico del paraguas.

—Y luego preguntaste qué pasa entre Loo y yo. Ya respondí.

Alcé mi cabeza y cerré los ojos clamando paciencia. Algo me decía que la había jodido por dejar que mi curiosidad celosa preguntara después del encuentro con Fredd.

—No respondiste la tercera pregunta. Esa cuarta estaba fuera de la apuesta.

—Ya saldé la apuesta, no puedes decir lo contrario.

Lucí ofendida y se lo hice notar. Me giré en su dirección señalándolo con la brocha cubierta de pintura blanca. Si de imitar madres se trata mi calificación sería un diez de diez.

—Mentiroso, estafador... ¡Reconoce de una buena vez que eres el chico del paraguas! —exclamé con exasperación. La impaciencia en el rostro de Felix se acentuó—. ¿Para qué ocultarlo? ¿Para qué seguirlo negando?

—Porque no fui yo —replicó de pronto, bajando todo mi entusiasmo—. Tú lo dijiste: para qué negarlo.

Me desinflé apenada y algo avergonzada por creer que tanta negación ocultaba la verdad que no quería admitir. Felix no decía mentiras, de hecho, creo que más lo escuché mentir de niño. Ese proyectil que rezaba «verdad absoluta» se alojó junto en mi pecho. Mis ánimos se apaciguaron como el fuego sumiéndose en las cenizas.

—¿Entonces quién fue? —pregunté en un tono quedo y decepcionado.

—¿No pensaste que pudo ser cualquier persona que pasaba por allí? Fue un gesto amable, nada más, no hace falta quebrarse la cabeza pensando en algo así.

Volví a pasar la brocha por la pared, frunciendo el ceño por sus palabras. Tenía razón, darle vueltas a algo así no servía, pero lo necesitaba.

—No fue un simple gesto —objeté, volviéndome hacia el tarro con pintura—, se sintió... Se sintió como algo más. Entre tantas personas huyendo de la lluvia solo uno se detuvo para socorrerme, para que guardara cobijo bajo su paragua. No dijo nada y dijo tanto al mismo tiempo... Es... tan extraño y lindo. Fue...

Emití un grito que se estancó en mi garganta y petrificó mi cuerpo inclinado para meter la brocha al tarro. Mis ojos se abrieron a la par al ver en la lejanía un abrigo marrón. No se trataba de Felix, ni Joseff. Era el mismo chico que me agarró la noche anterior, uno de los amigos de Fredd.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now