Capítulo 18

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Capítulo 18

ENEMIGOS

Un hombre y una mujer aparecieron frente a ellas en poco tiempo. La oscura noche no les impedía ver sus rostros a la perfección, habían aprendido a ver y a sobrevivir en la oscuridad mucho tiempo atrás.

El hombre se acercó a las tres niñas. Les dio una mirada rápida que les transmitió todo lo que debían hacer aquella noche. No hacían falta las palabras, las consignas siempre eran las mismas: pelear contra lo que tuvieran que pelear, destruir lo que tuvieran que destruir, aprender lo que tuvieran que aprender, y, sobre todo, no mostrar ningún sentimiento. El hombre le dio una última mirada a la pelirroja, su favorita. Asintió con la cabeza en su dirección y la muchacha le respondió el gesto casi instantáneamente.

Luego de aquella corta muestra de apoyo, dio media vuelta y se dirigió hacia los otros dos hombres presentes en el lugar, que seguían discutiendo sobre sus asuntos sin prestarle atención a nada más.

La mujer, que había permanecido quieta hasta aquel momento, se movió en dirección a ellas. Su pelo rubio resaltaba en medio de la oscuridad. Era largo y ondulado y le llegaba hasta las costillas. Sus ojos, de color verde agua, miraban atentamente a las tres muchachas, analizándolas y tratando de descifrar quien era quien. Sus labios eran rosados y estaban curvados en una muy sutil sonrisa. Supieron al instante que no iban a pelear contra ella. La vestimenta que estaba usando para aquella ocasión se los decía, pues no era ropa de entrenamiento, vestía como si estuviera a punto de ir a una elegante fiesta: vestido negro y entallado, cubierto con lentejuelas y pequeños diamantes negros en la zona del pecho, largo hasta el suelo y hecho de una tela de alta calidad. Mientras que su brazo izquierdo estaba al descubierto, su brazo derecho estaba enfundado en una manga negra de encaje.

—Hola, niñas. Me llamo Katherine —dijo la mujer, agachándose hasta quedar a su altura. Las miró atentamente una por una, deteniéndose finalmente en la pelirroja—. Y voy ayudarlas a entrenar esta noche.

***

Un quejido. Dos quejidos. Tres quejidos.

La pelirroja abrió los ojos inmediatamente, sin dejar que aquel sueño terminara. Suspiró y cerró los ojos, ejerciendo fuerza sobre ellos, como si de esa forma consiguiera borrar aquello que acababa de ver. Hacia años que había dejado de tener aquellas pesadillas, cuando había aprendido, a pesar de que no le gustara, que no siempre se podía obtener lo se que quería.

Abrió otra vez los ojos y parpadeó varias veces, aconstumbrandose a la gran cantidad de luz del lugar.

Sintió como su cabeza estaba apoyado en algo suave y esponjoso. Dio un vistazo a su alrededor, tratando de descifrar donde estaba. No le tomó mucho tiempo reconocer que estaba dentro del Instituto, recostada sobre una de las camas de la enfermería.

Pequeños destellos la atacaron repentinamente. Destellos que poco a poco tomaron la forma de imágenes: un salón del Instituto. Una mantícora. Una arpía. Daniel frente a ella. La arpía atacando. Ambos cayendo y luego... nada. Todo oscuro y vacio. Luego de eso recordó todo lo que había ocurrido. 

Aquello explicaba el porqué estaba en el hospital, probablemente había quedado malherida luego de la caída.

Le tomó unos segundos darse cuenta de que no sentía su cuerpo, o al menos, gran parte de él. Trató de mover los brazos y estos respondieron con una gran lentitud y dificultad. Apenas tenía fuerza, pero era suficiente para tratar de acomodarse en el lugar. Apoyó las manos sobre el colchón y ejerció presión de a poco. Consiguió levantar un poco su cuerpo y moverse hacia atrás, quedando con la cabeza apoyada en la cabecera de la cama y con parte de la espalda sobre la almohada.

La Hija del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora