No quería quejarme más sobre mi vida, porque no era precisamente una quejica. Había días en donde me preguntaba cómo podía quejarme por mi vida si al otro lado del mundo había personas que vivían mucho peor que yo, al menos tenía algo que comer, tenía agua que beber y hospitales a donde ir si me enfermaba. Pero, por el contrario, estaban aquellas personas que solo podían tomarse un vaso de agua al día y eso era mucho... Me enfermaba pensar que estaba tan corrompida por el dolor, que ya solo pensaba en mí misma cuando había personas que están mucho más rotas y de igual manera habían logrado salir adelante.

¿No podía hacer lo mismo yo? ¿No podía simplemente salir adelante y dejar atrás mi dolor? ¿No era posible? ¿Era yo diferente?

Antes pensaba que sí, que aquella era la respuesta, aun así, ya no estaba muy segura...

Creía que, por tener dinero y por estar rota, era única e incomprensible, pero me di cuenta de que era una ridiculez. Había muchas personas alrededor del mundo que tenían dinero y también se sentían solos, vacíos y únicos.

La única y mínima diferencia entre tú y yo, él y tú, él y ella, es que cada uno escogemos la manera diferente de destruirnos a nosotros mismo, como si eso fuese necesario, nos arruinamos una y otra vez sin parar, sin piedad y sin razonamiento.

Hay muchas personas caminando por ahí que estarían dispuestas a venir, romper tu corazón y después marcharse como si nada, yo sabía como era eso y entonces, al final del día, no éramos diferentes, nadie lo era. Todos estábamos destinados al dolor y al caos.

No había nada que hacer por nadie, ya no.

________________ 🦋 __________________

—Por fin te despertaste. —La mirada azul de Ian se posó sobre mi cuando entré a la cocina.

Había entendido que no podía pasarme toda la vida metida a mi habitación, así que al final solo tuve que salir y hacer lo que yo mejor sabía hacer; fingir.

—Uhm... —Susurré e hice una mueca de dolor al sentir mi cabeza tan débil.

—¿Te encuentras bien? —Preguntó sin dejar de verme nunca.

Su preocupación me conmovió.

—Bebiste mucho anoche, Is. —Dijo sin más—, es normal que te sientas un poco indispuesta hoy.

—Sí, quizás tengas razón.

Caminé hasta la silla más cercana y me senté en ella con lentitud, sintiéndome muy cohibida por la mirada de él.

La nauseas me golpearon una vez más, y me maldije internamente. —¿Por qué había bebido tanto? ¿Qué me pasaba? —.

—¿Qué pasó a ayer? —Pregunté cómicamente, sin atreverme a mirarlo. —No recuerdo mucho.

El silencio que le siguió a mis palabras fue tanto, que al final no tuve otra opción que levantar la mirada y buscar la del pelinegro, la cual estaba llena de escepticismo.

—¿No recuerdas nada? —Escaneó mi rostro con intención.

—Recuerdo que tu gato me mordió, después me encerré en el baño y bebí hasta el cansancio. Eso es todo. —Eso era mentiras, pero él claramente ya debía de saberlo. —¿Qué pasó? ¿Cómo llegué a la cama?

Había esperado mal humor por parte de él, de hecho, uno que otro comentario sarcástico. —Aun así—, nada de aquello sucedió. Ian era demasiado amable para hablarme mal, sin embargo, no pudo evitar reírse de mis palabras, y aquello me dejó anonadada.

—¿Qué es tan gracioso? —Pregunté sin más. —¿Tengo cara de payasa?

—De payasa no, de mentirosa sí. —Respondió sin dejar de sonreír.

El arte de amar. Where stories live. Discover now