Ettore consideró que ya no era necesario buscar a nadie, así que tomó su teléfono y, mientras andaba al ascensor, llamó a Matt:

—Ya despertó Raimondo —le dijo, bajito.

**

Annie no quería despegarse de Angelo, pero quería ver a Raimondo: sabían, por Gianluca, lo que éste había hecho por su amigo. A nadie le quedaba una sola duda de que Raimondo, en algún momento, con aquel dolor por todo su esfuerzo, supo que su brazo se estaba desgarrando y desprendiendo; sabían todos que definitivamente lo había intuido: perdería el brazo.

—Llámame cualquier cosa, por favor —le pidió Uriele a Matteo, sin dudar un segundo en acompañar a Raimondo, y aunque algunos pudieran creer que él estaba agradecido por lo que había hecho por el hijo de su hermano gemelo (y el de Hanna), la realidad es que estaba tan angustiado por el muchacho como por sus propios sobrinos: Raimondo Fiori había crecido con sus hijos, con su familia, en su casa...

—También quiero verlo —se negó el muchacho.

Gabriella ni siquiera respondió: ella no iba a moverse del lado de su hijo; aunque los médicos hubiesen logrado controlar la hemorragia, nada garantizaba que no hubiese una nueva y, la realidad, era que la coagulación de Lorenzo era tan mala, y tan variable pese a los medicamentos, como su cicatrización...

Annie se limpió las lágrimas y fue la primera en entrar al ascensor. Realmente quería ver a Raimondo. Y cuando ingresó a su habitación, en la que estaban únicamente su novia y su niñera, además del personal médico, quienes atendían la presión del muchacho.

—Annie —la llamó Raimondo al notarla.

Ella, con los ojos enrojecidos e hinchados, clavó su mirada en el cuello de Raimondo, en el que podían verse con claridad sus latidos acelerados.

—¿Cómo está Angelo? —continuó él.

La muchacha sacudió la cabeza.

—Aún no despierta —le confesó.

Pese a la situación, Raimondo comprendió que Jessica le había mentido y también el porqué: no quería angustiarlo... pero eso era innecesario, pues él mismo había visto el charco de sangre alrededor de la cabeza de su amigo durante el tiempo en que estuvo cuidado de su cuerpo, evitando que cayera por el acantilado.

—Perdiste tu brazo —finalmente Annie dijo algo, entre lágrimas—. Lo siento mucho.

Raimondo sacudió la cabeza y le tendió la mano derecha. Uno de los médicos se apartó un poco para darle acceso a la muchacha. Sin pensarlo, Annie se apresuró donde él y, aunque deseaba abrazarlo, lo más que llegó a hacer fue poner la frente contra su pecho.

—Lo siento mucho, Raimondo —repitió.

—Angelo está vivo y es lo que importa —sentenció él.

—¡Lo siento! —era un brazo. Los brazos no crecían de nuevo.

—¡Y daría el otro para que Angelo despertara, Annie! —jadeó Raimondo; le costaba trabajo hablar. La cogió ligeramente de los cabellos rubios, a la altura de la nuca, obligándola a mirarlo—. Daría el otro para que despertara —le juró.

Annie no pudo ni dar las gracias, le besó la frente, una mejilla repetidamente y finalmente lo abrazó, llorando.

Nicolas lo observó todo desde la puerta y, sintiéndose casi imprudente, comentó:

—Ya despertó Lorenzo —aunque en el fondo sabía que había sido lo correcto: todos necesitaban buenas noticias.

**

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora