Capítulo 62

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RAIMONDO
(Raimondo)

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—¿Lo sabías? —Matt se sintió... débil. Ni siquiera estaba molesto con Ett por no haberle dicho nada.

Estaban detrás del escenario en el bar. La banda había hecho una pausa a petición del vocalista; era la primera vez que Matt quería estar en cualquier otro lugar, excepto ahí, jugando a cantar.

El golpe en su rostro ya era notorio.

—Es Annie —le dijo, torciendo un gesto de dolor. ¿Cómo pudo ocultarle algo como eso?

Ett ladeó la cabeza, como si fuera a explicar el motivo de su silencio, pero no lo hizo.

—Y ahorita se quedó sola, con él —siguió Matt—. No quiso venir conmigo.

—Obvio —finalmente, Ettore comentó algo—. No va a dejarlo.

—Él la maneja —Matt estuvo de acuerdo.

Y entonces Ett se rió:

—Claro que no. Annie está detrás de él todo el tiempo.

—Ella no sabe lo que hace, ¡es una niña!

—No lo es —difirió Ett, sacudiendo la cabeza—. ¿Te recuerdo todo lo que hacíamos tú y yo a los dieciséis?

La mandíbula de Matt se tensó.

Ella no es como tú ni como yo. ¡Ni Angelo no es como tú ni como yo! —Miró a otro lado y, muy bajito, escupió—. Bastardo...

Ett estudió a su primo, en silencio; le parecía que él actuaba como si Angelo estuviese abusando a una niñita..., cuando no era así.

—Creo que estás malinterpretando las cosas y que te estás olvidando del problema principal —comenzó a decir Ett. Matt lo miró de reojo, sin ganas de escucharlo ya—: es su hermana.

—¡No me había dado cuenta! —rezongó el otro, abriendo sus ojos grises.

—No —insistió Ett—. No te has dado cuenta: cuando esto se sepa, cuando la gente lo sepa, ¡el abuelo va a morirse!

Matt torció un gesto de hastío —a diferencia de Ett, quien veneraba al viejo, a él no podía importarle menos—.

—Tienes que hablar con mi tío Raff —continuó Ettore.

* * *

—¿Aquí? —preguntó Anneliese, cuando Angelo pidió al taxista que se detuviera frente a un hostal antiguo, a menos de cuarenta minutos de su casa—. ¿Para qué?

Él la había hecho usar lentes de sol, a pesar de que ya era noche; ella no había dejado de llorar.

—Es el lugar más privado en el que podemos quedarnos, con ella —señaló con la mirada a Kyra, mientras buscaba en su billetera.

—Pe-ero —insistió Annie, mientras su hermano pagaba al taxista—, ¿qué hacemos aquí? Papá va a encontrarnos aquí.

Angelo asintió suavemente, pidiéndole que se guardara silencio un momento.

Cuando bajaron del auto, Angelo la hizo tomar asiento en una de las mesillas fuera de un café, al lado del hostal con fachada de ladrillo viejo y teja roja. Quería explicarle las cosas en otro sitio que no fuera la recepción del lugar donde pasarían la noche.

Dejó su mochila negra sobre el suelo y, a su lado, la rosada de Anneliese, sobre la cual sentó a Eveletta, su conejo de peluche —justo en ese momento, al dejar su juguete y verla ahí, con un perro blanco, abrazado, se recordó que no era una buena idea—.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora