Capítulo 73

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LA GROTTA DEL LUPO
(La Cueva del Lobo)

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Rita Benedetti cruzó las puertas en el lobby de La Grotta del Lupo, el restaurante principal de Giovanni Petrelli, y se quedó suspendida por un momento, algo intimidada: el lugar era elegante y rústico, con luces bajas, cálidas, y muros de ladrillo y roca. Cada mesa y cada banco, en el bar —en un ala a su derecha—, estaba ocupado.

—Buenas noches, señorita —la llamó el joven host, acercándose a ella con un par de cartas forradas de cuero, bajo el brazo—, ¿tiene reservación?

—¿Ah? No —Rita sacudió la cabeza—. Busco a Angelo Petrelli.

—Oh —el muchacho, vestido con un traje oscuro y una corbata color vino, asintió, sonriendo con mucha amabilidad—. Él está dentro. La guío —con una mano, la invitó a cruzar las puertas primero, mientras recorría el lugar con la mirada, buscando al nieto del jefe.

Pero no era necesario pues, desde la mesa que limpiaba, Lorenzo Petrelli había logrado verla: zapatos bajos, negros, con algunos brillos discretos, y un vestido a tirantes, de elegantes encajes oscuros; ella se había ondulado los cabellos castaños de las puntas, dejándolo caer sobre sus hombros redondos y delicados, y se había maquillado más que otros días, resaltando sus ojos color avellana. Lorenzo sonrió... pensando en Annie. O tal vez en Angelo. Cuando Anneliese se vestía de aquel mismo modo, Angelo se pasaba largo rato contemplándola... luego comenzaba a pasarle las manos por la cintura, de manera suave y, cuando le daba un besito en uno de sus hombros, Lorenzo sabía que no tardarían en desaparecer.

Se preguntó qué diría Angelo al ver a Rita ahí. Ciertamente, a él lo había tomado por sorpresa que ella sí acudiera.

Esa misma mañana, en el liceo, durante su última clase, ansiosos porque la campana sonara, anunciando el final de la semana escolar, Rita le había preguntado a Angelo si le había gustado su fettuccine, provocando que Raimondo y los mellizos giraran sus cabezas, hacia ellos, atentos a la noticia e inmiscuyéndose en la plática; de manera inevitable, Aaron, uno de los chefs principales en La Grotta del Lupo, llegó al tema: su pasta, con salsa blanca, era lo mejor del mundo —según los mellizos—.

"Oh. Ahora estoy preocupada de que mi salsa haya sido asquerosa, comparada con la de un chef" se había reído Rita.

"No —Angelo había sacudido la cabeza—. En realidad, hace mucho que no como ninguno de sus platillos" confesó.

"¿No trabajas todos los fines de semana?" se interesó ella por su horario.

"Sí —respondió Lorenzo, por él—, pero no podemos pedir platillos de la carta, mientras trabajamos".

"¿Entonces qué comen?" Raimondo frunció el ceño.

"Pues están trabajando —obvió Lorena—: comen lo mismo que los empleados".

"¿Por qué?" el gesto de Raimondo fue más evidente.

"Para que recuerden que los empleados son personas y más tarde no los alimenten con comida de poca calidad —explicó la pelirroja a su novio—. El objetivo de esto, es que aprendan, que trabajen en cada uno de los puestos."

"Y, si piden un platillo, ¿se los niegan?" tanteó Rita.

Lorenzo pareció pensarlo. "No creo", decidió.

"Me encantaría probar la pasta de ese Aaron" siguió la muchacha.

"Ah —Lorenzo se encogió de hombros—, pues estamos ahí cada viernes y sábado, luego de las cinco".

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora