[3] Capítulo 20

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AUDREY II
(Audrey II)

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Tal vez Uriele no podía delatar a su hermano; había vivido cada día de su vida protegiéndolo —¿no había, acaso, soportado los castigos de su padre, en silencio, durante toda su infancia y parte de su adolescencia, por su incapacidad de delatarlo?—..., pero no iba a ayudarlo más. Ni una sola vez más mentiría por Raffaele.

—¿Perdón? —preguntó Uriele a su cuñada, esforzándose por no oírse lo enojado que se encontraba—. ¿Quiénes?

Audrey pareció confundida, pese a eso, ella intentó sonreír, amable, como siempre.

—Raff y tú —le explicó; en sus brillantes ojos azules no había ninguna emoción negativa.

Uriele contempló a la muchacha rubia por un momento —ella era una persona tan dulce— y sintió pena por ella. Palabras que no eran ciertas, para no causarle una pena que ella no merecía, estuvieron a punto de salir de su boca: «Oh, no: al final no lo acompañé; me sentía un poco mal, así que sólo lo llevé al aeropuerto»... pero recordó la manera en que su hermano, la persona en la que más había confiado siempre —en quien también confiaba la francesa—, le había mentido y engañado para seguir viéndose con Hanna, y...

—¿Raff y yo? —se escuchó preguntar.

Las cejas rubias de Audrey se fruncieron sutilmente, pero se compuso rápido.

—Creí que iban a salir juntos —confesó, pero sonrió de nuevo—. Tal vez entendí mal —sonrió más ampliamente.

Sin poder evitarlo, ante la falta de reacción de ella, el muchacho se sintió algo desilusionado... y enfadado: ¿qué diablos le pasaba a ella? Si Irene hubiese estado en su lugar, no lo habría telefoneado inmediatamente porque estaría cuestionando, incesantemente, a la persona que le hubiese dado el más leve indicio de que su marido le mentía. ¡¿Era en serio?! ¿¡«Tal vez entendí mal»?!

Uriele sonrió fingidamente y asintió, dándole la razón a ésa mujer que pecaba con su ingenuidad y confianza, sin embargo, durante el desayuno... la notó un poco retraída y, supo, que había plantado una espina.

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Cuando Raffaele llegó finamente con Hanna, y ésta pudo contarle sobre la visita que le había hecho Uriele un rato antes —y el cómo había terminado ésta—, él no se sintió extrañado de la respuesta de su hermano.

Sabía que Uriele se sentía atraído por Hanna, pero ése no fue su primer pensamiento —en su mente, el hombre decente que era su hermano jamás le faltaría a su esposa, de hecho, no creía que lo que Uriele sintiera por la alemana fuera tan fuerte para tomarlo siquiera en cuenta—: su cerebro, partiendo de sus experiencias con su hermano, durante toda su vida, tradujo la reacción de éste a lo más lógico, a lo que habitualmente ocurría cuando él se metía en líos: Uriele se enojaba con él por las consecuencias que sus acciones tendrían, por su irresponsabilidad e imprudencia, él decía.

Tradujo la reacción de su hermano a molestia por sus grandes errores, por el cómo afectaría esto a todos en la familia..., y nada más.

Aun así, apenas Hanna terminó de hablar, Raffaele salió apresurado de su apartamento y compró el boleto de regreso a Italia vía telefónica, mientras presionaba el botón del ascensor sin parar, rogando porque se abrieran las puertas, pensando en el taxi que luego tomaría... Tal vez, una parte de él, conocía tanto a su hermano —a aquel con quien, en algún momento, había sido uno—, y aunque su cerebro le decía que Uriele lo protegería siempre con su vida, esta vez... una parte de él, una muy profunda, no se lo creía.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now