Capítulo 5

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FRATELLANZA
(La Hermandad)

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Todos los años, con motivo de la pascua, el Istituto Cattolico Montecorvino realizaba un retiro espiritual a un campamento en el bosque, la primera semana de abril. Todos los alumnos adoraban el campamento. Todos... menos Anneliese: justo frente a las cabañas, donde dormían, había un enorme estanque y, aunque ella no se acercara, bastaba con escucharlo para que se pusiera a temblar. Por las noches oía los ruidillos que provocaba el viento en el agua, los insectos, y soñaba que su cama flotaba en el lago y ella caía y se ahogaba.

Aquella era una semana terrible para Annie.

Año tras año le imploraba a su padre que no la enviase al campamento, pero éste era parte de la formación y no se podía pasar de él.

Por otro lado, no entendía por qué todos se entusiasmaban tanto. En su opinión, no era diferente de un campamento para niños: competencias deportivas, manualidades, e historias tontas en la noche. Aún ni siquiera terminaba de decidir qué era peor: si las mismas historias que repetían cada año o las competencias —en las que siempre perdía—.

Para no asistir ése año, Annie había dicho de todo: desde inventarse enfermedades hasta mencionar lo del cappuccino, pero de aquel cruel abuso ya había transcurrido un mes y, ni siquiera la psicóloga de la institución, estuvo a favor de que faltara al campamento; su opinión profesional era que Annie debía convivir más con sus compañeros, así que intentó torcerse algo, como Jessica. Su prima, el día anterior, se había hecho un esguince en el pie derecho y había tenido que quedarse en cama. Annie le envidió la suerte y, en secreto, también la maldijo por dejarla sola.

La noche anterior, mientras hacía su valija —su única ropa eran sus uniformes de natación, de deportes, y ése horrible de las competencias (compuesto por un short retro y una playera azul, pues este año le había tocado estar en el equipo azul), zapatillas deportivas, sandalias, toallas y un montón de ropa interior—, se aseguró de meter tantos libros como pudo. Los alumnos no podían llevar teléfonos celulares, laptops, iPod o ningún otro aparato electrónico, pero los libros no estaban prohibidos, y ella estaba decidida a encontrar un escondrijo donde pudiese leer —y salir de este mundo— y nadie iba a impedírselo.

O al menos ése era su plan... hasta que llegó Carlo Yotti.

—Hola —le dijo él, sentándose a su lado, en el autobús, camino al retiro.

—Hola —respondió Annie, extrañada.

Carlo era un chico de cuarto grado, no tenía nada qué hacer en el autobús para los alumnos de segundo, pero ahí estaba. Con Annie.

—¿Puedo ir el camino contigo? —preguntó él.

La rubia se encogió de hombros y Carlo se recostó sobre ella.

Su compañera Bianca Mattu, desde los asientos de enfrente, la cuestionó con la mirada. A modo de respuesta, Annie volvió a encogerse de hombros. Realmente no tenía la menor idea de qué quería Carlo, el capitán del equipo de soccer, con ella. Pero entonces él comenzó:

—Seguro te estarás preguntado qué hago aquí.

—No. En realidad, no me importa —bromeó ella. No era cercana a Carlo, pero lo conocía bien gracias a que él era amigo de Matteo.

Él se rió. Annie se preguntó —por enésima vez—, qué era eso que hacía de Carlo tan popular entre las chicas. Él estaba lejos de ser guapo. De hecho, era bastante feo. Carlo Yotti tenía diecisiete años y era muy alto —incluso más que Angelo—, fornido, de piel oscura y estaba lleno de marcas de acné; su nariz era grande y, viéndolo de cerca, su cabeza también. Sin embargo... gustaba a las chicas.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora