EPÍLOGO III

79.8K 7.5K 3.3K
                                    

Matteo y Ettore, en compañía de Mika, llegaron al hospital Fiori apenas salió el sol. Habían tomado el primer vuelo a Italia inmediatamente al ser informados del accidente.

Nicolas se dió cuenta de que los dos primos estaban pálidos y que, sin importar las diferencias que habían tenido Angelo y Ettore, éste no dejaba de ver al primero con la misma preocupación que a Lorenzo.

Podían verlos a través de los cristales de terapia intensiva, donde se encontraban los muchachos. Finalmente los médicos habían logrado detener la hemorragia de la herida en la pierna del pelirrojo.

—¿Cómo está Raimondo? —preguntó Matt, buscando con la mirada a la novia de éste. No la encontró.

Con Angelo y Lorenzo se encontraban Anneliese, Gabriella y Uriele. No estaban Raffaele ni Hanna.

—Ya salió de cirugía —le respondió Irene, acercándose—. Está en la habitación 403.

—¿Y su brazo? —se interesó Ett; su madre lo había puesto al tanto por teléfono mientras ellos se trasladaban desde Alemania.

Irene esperó un par de segundos antes de susurrar la respuesta:

—Lo perdió. —Miró hacia el piso y apretó los labios ligeramente, negándose aún a decirlo de manera abierta.

—Voy a verlo. —Ett no invitó a Matt a acompañarlo: acababan de llegar y sabía que él querría estar un rato más con Angelo.

Mientras caminaba hacia el ascensor, Ettore pensó en los torneos de videojuegos que tenía con Raimondo... para lo cual se necesitaban dos manos. Lo recordó cuando niño, compitiendo con Angelo y Lorenzo por quién armaba más rápido el cubo de Rubik; pensó en lo raros que le parecían esos tres armando robots a los catorce... y en ese momento, esos mismos tres muchachos estaban tirados en camillas, con los ojos cerrados... ojos que, alguno de ellos, podría no volver a abrirlos.

Cuando llegó a la habitación de Raimondo ya no pensaba en nada más. A él lo acompañaban Lorena, Jessica y Floro Rosso, su niñera. Él seguía dormido, ajeno a que ya no tenía todo el antebrazo izquierdo, y al verlo, Ett deseó huir, deseó alejarse y, entonces, en su cabeza no sería cierto que Raimondo no tenía ya una mano.

** ** **

Raimondo Fiori abrió los ojos cuando se metía ya el sol. Habían pasado casi veinticuatro horas desde su accidente. Le llevó un momento reaccionar y darse cuenta de que estaba en el hospital.

Su novia se acercó con rapidez a él, lo mismo que Jessica y Flora. Las tres lucían llorosas.

Fue cuando él recordó el accidente. Se miró el brazo izquierdo y sus ojos dorados se abrieron con horror, después... vio con claridad en su mente a Lorenzo entre nieve color carmín y a Angelo pendiendo de un acantilado.

—Mi amor —lo llamó Lorena, comenzando a llorar de nuevo.

—Ve por el médico —pidió Jess a su hermano, quien no se había acercado a Raimondo, sin embargo, desde que había llegado junto a él no lo había dejado.

—¿Cómo están Gelo y Zenzo? —fue lo que salió de boca de Raimondo, en un jadeo. Había comenzado a sudar de manera anormal—. ¿Están vivos? —las náuseas comenzaron a hacerlo toser y la piel de su rostro a ponerse roja.

Lorena se rió entre lágrimas.

—Despiertas sin un brazo ¡y lo primero que preguntas es por Angelo y Lorenzo!

—Están bien —le mintió Jess para tranquilizarlo.

Mientras Ett salía en busca del médico, la enfermera que no se despegaba del dueño del hospital ingresó a la habitación y, al verlo hablar, salió rápidamente, llamando al personal a gritos.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora