Parte sin título 11

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Emma cabalgó durante horas, ininterrumpidamente, lo más veloz que podía, era el miedo lo que la alentaba a continuar a pesar del cansancio y el frío. Ya era noche profunda cuando alcanzó las proximidades del castillo de sus padres. Sudada y desgreñada, con el caballo al borde de sus fuerzas, galopó aún algo más hasta llegar a las puertas de la fortaleza. A pesar de su aspecto, los guardias la reconocieron inmediatamente, dejándole el paso libre.

«¡Madre! ¡Padre!» gritó mientras bajaba de la montura, mirando alrededor.

Comenzó a echar andar hacia la sala del trono, pero a mitad del corredor, se encontró con su padre que, sonriente, la acogía con los brazos abiertos.

«¡Emma! Estás aquí...hace tanto tiempo...»

Snow, alcanzó corriendo al marido, y lo sobrepasó para plantarse delante de su hija, alarmada ante la expresión que la mujer tenía en el rostro.

«Emma...¿qué haces aquí?» le preguntó, incapaz de contener la alegría a pesar de la preocupación.

Emma ni se dignó a responderle. Alejó al padre con un empujón y fulminó a la madre con la mirada.

«¿Dónde está ella?» preguntó sin ambages

«Tesoro, ¿qué ocurre?» preguntó James, asombrado

Snow White no apartó la mirada de los ojos de la hija. Se puso sería, amargada ante su comportamiento.

«En las mazmorras, obviamente» respondió

Los ojos de Emma se desorbitaron.

«¿Le habéis hecho daño?» preguntó, con la voz temblorosa, empalideciendo imprevistamente

La madre la observó, asombrada y confusa. No respondió a la pregunta.

«Emma, tesoro, ¿qué te ocurre?» le preguntó dulcemente, intentando acercarse a ella.

«No...» murmuró la rubia, sacudiendo la cabeza y alejándose de ellos. Dio un paso hacia atrás y echó a correr hacia las mazmorras.

«¡Emma!» gritaron los dos soberanos a la vez, siguiendo a la hija.


Emma entró hecha una furia en las mazmorras, pasando frenéticamente por cada celda. A la séptima, la encontró. Su corazón se paró cuando la vio. Los ojos se llenaron de lágrimas de rabia y de dolor. Apretó los barrotes fríos con los dedos, como si pudiera destrozarlos con aquel simple, furioso gesto.

«Regina...» murmuró

La morena giró la cabeza de repente, mostrando su rostro contusionado y cubierto de sangre seca.

«Emma...» susurró intentando levantarse. Volvió a caer en el camastro, con una mano en las costillas, gimiendo por el dolor.

Emma golpeó el puño contra los barrotes, conteniendo un sollozo. No tenía la llave, pero tenía que abrir. Lo pensó. Lo pensó y fue suficiente, la puerta, de alguna manera, se abrió. No perdió tiempo preguntándose cómo había pasado. Entró y se precipitó hacia ella, le acarició el rostro.

«Estoy aquí, estoy aquí...no permitiré que nadie más te toque...» dijo llorando «Lo siento...no lo sabía...»


Regina la miró turbada. Sabía muy bien que ella no había abierto la puerta, y no le pareció que Emma tuviera las llaves. Pero olvidó todo eso cuando sintió las manos de Emma sobre su rostro. Cerró los ojos ante ese contacto, que dolía y aliviaba el dolor al mismo tiempo.

The Queen and her slaveWhere stories live. Discover now