17. Hunter Green.

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Alisó su falda lápiz y quitó las pelusas invisibles. Miró al gran edificio de la editorial más famosa de New York; se alzaba ante ella como un gran desafío. Sus grandes ventanales oscuros y estructura firme la hacían parecer un diminuto e insignificante microorganismo en la faz de la tierra, aunque estaba elegante, sofisticada e irrefutablemente sexy.

Ajustó su bolso de mensajero y, aferrándose con una mano a la correa, entró a conquistar al trabajo de su vida.

Ya adentro todo era un caos de nerviosismo. Ella creyó que iba a ser la única fuera de lugar, estaba muy acertada.

Había mujeres salidas de alguna revista de moda con carpetas en mano y sentadas con las piernas cruzadas delicadamente y la espalda arqueada.

Todo era tranquilo, todas seguras de sí misma. Nadie llevaba un bebé en su vientre por lo que ella sabía. Tal vez esas mujeres eran las indicadas, pero no se dejó flaquear por aquellos pensamientos.

Tenía que trabajar hasta que tuviera suficiente dinero para seguir por su cuenta.

La ropa para el bebé no se compraba por arte de magia y mucho menos los pañales.

Saludó a un grupo de chicas que estaba charlando ansiosamente. Ninguna le prestó atención. Había demasiada competencia en la sala, el ambiente cargado de perfumes caros le daba ganas de vomitar.

Decidió ir al baño para borrar esa mueca de su cara.

Saludó a una chica detrás de un escritorio del otro lado de la sala y le preguntó donde quedaba el sanitario.
Ella le dio una cálida sonrisa y le señaló el sanitario.
Le dio las gracias y se encaminó por el pasillo que parecía cerrarse a su alrededor.

Al entrar en el sanitario se miró al espejo. Su brillo labial estaba bien aplicado al igual que el rímel. Su cabello en una coleta alta, sin ningún pelo castaño suelto. A juzgar por su atuendo, y su casi inexistente maquillaje, parecía profesional.

Nada estaba fuera de lugar.

Respiró hondo.

—Tranquila. Si Hunter es inteligente sabrá elegirte —dijo la voz de una mujer saliendo del sanitario detrás de ella.

Se sobresaltó y, recomponiendose, supo decir al instante:—Hay mucha competencia ahí afuera.

La hermosa mujer de veintitantos años arregló su maquillaje y su falda. Luego de ajustar su sostén dijo:—Llevo cinco años como redactora y nunca he visto a Hunter contratar chicas rubias y huecas, a excepción de la ultima, que él despidió más rápido de lo que ella pudo pronunciar fóllame.

—¿Algún consejo para mí? —preguntó esperanzada.

Después de arreglar su corto cabello negro, se giró a ella y dijo:—Chica, ponte tus bragas de niña grande, lo digo en serio. Él puede ser caliente como el infierno, pero que eso no te engañe. Últimamente ha estado de mal humor —pausó y la estudió un momento—, ¿te cuento un secreto? —susurró bajito.

Stephanie asintió.

—Se dice que hace un tiempo atrás conoció a una chica y que ella huyó porque creyó que él jodía con su editora.

—¿Es por eso que la despidió?

—Síp —la mujer arregló su falda una vez más—, él viaja constantemente, viajó a Colombia la semana pasada y, cada vez que lo hace, no se queda mucho tiempo, pero esta vez se quedó alrededor de Nueva York demasiado; se dice que sólo la está esperando a ella.

Stephanie se quedó sorprendida. Hunter no le había contado sobre esas cosas en los mensajes.

Había hablado sobre sus padres, que fueron asesinados cuando él tenía sólo cinco años. Se ha quedado con su tío desde entonces; quién lo mantuvo aislado durante mucho tiempo. De esa forma desarrolló su amor por la escritura.
Hasta que tuvo la edad suficiente para salir de casa. A su tío nunca le gustó que él fuera famoso por alguna razón que él no mencionó. Cosa muy extraña. Era por eso que escogió mantenerse en el anonimato.

Seduciendo al mejor escritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora