3. Palabras censuradas.

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Stephanie pulsó el botón de enviar mientras caminaba hacia la sección donde dejó a Adam.

Ya había algunos clientes en el local; algunos mirando libros, otros dirigiéndose a la sala de lectura.

Ella caminó hacia la sección de Romance y, a unos buenos metros, se detuvo a observar al chico pelinegro que estaba recostado contra la gran estantería de la pared y mirando algunos libros al azar.

Había pocos lectores masculinos en el mundo, y ella nunca conoció a alguno que mirara con tanta adoración los libros o con una chispa de emoción en los ojos al igual que Adam. Se preguntó si él veía a los libros como algo más que una historia, al igual que ella lo hacía.

Para Stephanie los libros eran un mundo de grandes experiencias y emociones, más que un par de personajes comunicándose, ellos le transmitían mensajes, sentimientos y verdades.

Si le preguntaban por su libro favorito ella respondía que siempre era el último que había leído, aunque todos eran importantes para ella, así como Las Ventajas de ser invisible¹. Y, por más de que quería elegir sólo uno, cada vez que leía otro cambiaba de opinión. Sin embargo, cada uno era diferente y por eso todos eran buenos libros para su gusto.

Se dirigió al chico. Cuando alzó la vista del libro sonrió con unos perfectos dientes blancos.
¡Oh! ¿Porqué tenía que ser tan perfecto? Al menos un diente torcido o un cuerpo extremadamente delgado tenía que tener para que ella no tuviera un efecto de combustión interna; también serviría un pedazo de carne atrapado entre sus dientes. ¡Pero no! La vida tenía que enviarle a un sexy-lector-calienta-bragas para que ella tuviera que aguantar las palpitaciones entre sus piernas y el dolor que nunca sintió con demasiada intensidad en su bajo vientre.

Ella casi se vio caminando como un pingüino de tanto apretar juntas las piernas para mitigar el dolor y la necesidad.

—Listo—dijo ella en voz alta por lograr menguar un poco la sensación y para llamar la atención del muchacho.

—¿Y?

—Creo que tengo tiempo, una hora para leer como mínimo.

—Una hora no será suficiente.—Su sonrisa de medio lado y su mirada pícara la dejaron pensando en otras cosas que no implicaba leer.

Ella no dijo nada porque su boca se secó y tragó saliva.

—¿Este lugar tiene una sala de lectura?

Stephanie se sorprendió, no creyó que fuera la primera vez del chico en Diamond.

—¿No eres de por aquí?

Él negó.

—Soy de San Francisco.

Ella buscó en su mapa mental y rápidamente hizo una revisión de estados y lugares turísticos.

—¿Y que se siente pasar con un descapotable por Golden Gate?—preguntó, mientras  guiaba a Adam hacia la caja.

El se encogió de hombros, escudriñando el lugar.

—Lo mismo que pasar por el puente de Brooklyn, supongo.

Stephanie asintió, sabía muy bien lo que era cruzar ese puente y, aunque no lo hizo con un descapotable, pudo subirse a la parte trasera de la camioneta de su hermano mayor y sentir el olor marino de su nueva ciudad inundar sus sentidos.

—Como cabalgar —murmuró para si misma.

Pagaron por el libro, fue un momento difícil ya que Adam insistía en pagar por todo, pero rápidamente ella dio un convincente argumento de que él sólo quería adueñarse del libro y por eso insistía.

Seduciendo al mejor escritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora