—Señorita, está cerrado. —Miré la caja de pizza que llevaba en mis manos, y negué rápidamente.

—No, estoy buscando a Michael. —Él entrecerró los ojos y apretó los labios.

—Oh, está a punto de salir. Pasa, y, si vais a utilizar otra vez las mesas, ni se os ocurra mancharlas. Clifford, sal. —Alzó la voz para llamarlo.

—Claro, señor. —Me senté en una de las mesas y abrí la caja de pizza barbacoa, su favorita.

—¿Qué pasa, Gregor? —Llevaba puesta una gorra hacia atrás, unos jeans ajustados y una camiseta blanca. Me parecía habérsela visto a Calum puesta.

—Estás más delgado. —Le dije. Michael se quedó parado de pie con la maleta colgada del hombro, y miró la pizza, luego a mí. —Te la debía, ¿recuerdas?

—Lo siento, no te esperaba para nada. —Carraspeó y se sentó en la silla frente a mí. —Dios mío, debería haberte saludado, soy un maleducado.

—Está bien, no importa. —Cogí su mano por encima de la mesa con una pequeña risa. Ojalá todas las faltas de respeto que recibía fuesen como esa. —Te veo bastante bien.

—Estoy... Entrenando con Calum por las tardes y, no sé. Intento hacer cosas y pensar poco. —Solté su mano y dejé que tomase un trozo de pizza y le diese un mordisco.

—¿Él te ayuda? —Michael asintió rápidamente, pasándose la lengua por los labios. —Me alegro muchísimo de que estés bien.

—Yo sé que... No estás bien, Dinah. —Confesó dejando caer el trozo de pizza en el cartón. —También sé que no soy nadie y que... Probablemente me vas a mandar a la mierda pero... Necesitas dejarlo con él. Antes sonreías, antes, al menos, salías con nosotros, ahora ya no hay nada. Incluso has perdido peso. —Nunca pensé que las palabras de Michael pudiesen doler tanto. —¿Yo te....? —Iba a responder pero él negó. —¿Camila te importa? ¿Tus padres te importan? Porque ese tío se está cargando a todos los que quieres. —Tragué saliva con los ojos vidriosos a punto de comenzar a llorar.

—No es tan fácil. —Respondí negando, limpiándome la lágrima que caía por mi mejilla. —Nadie me entiende, y no espero que tú también lo hagas.

—Dinah, todo el mundo me toma por un imbécil. Sólo porque permanezco callado y en silencio mirándote y tengo una depresión que me consume cada segundo. —Ahora ya no era una lágrima, era un llanto que no podía controlar. Lloraba en silencio, mirándolo con una mezcla de culpabilidad y tristeza. Michael estaba mal, y yo lo hacía todo mucho peor. —Y la única cosa que me hacen plenamente feliz eres tú. ¿Sabes lo que es ver a la persona que quieres morirse en vida? ¿Ver que ni siquiera es feliz? —Él negó mientras yo lloraba. —Yo sé que no sientes lo mismo por mí, y que ni siquiera te importo, Dinah. Pero si te importan Camila, Normani, y tus padres, quién sea, deja a ese tipo.

*

La gente nunca lo entendería, y sé que nunca lo harían. Es como una droga, no de adictiva, sino tóxica. Se te va calando hasta los huesos, y lo quieres a él, y piensas que lleva razón porque has sido tú la culpable. Y le pides mil veces perdón, piensas que es tu culpa, porque lo haces todo mal. No tienes autoestima, te crees lo peor del mundo y que no te merece. Que por eso te pega, por eso te grita, por eso te humilla. Porque tú en realidad no eres nada, y nunca vas a conseguir que alguien te quiera. Por eso te aferras a él. Te consume, te hace daño, te mata, pero la necesitas porque sin él no eres nada. Así que, al fin y al cabo, sí, es como la maldita droga.

Habían pasado dos semanas desde que vi a Michael, y aquella bofetada metafórica me hizo abrir los ojos. No quería sufrir más dolor, ni físico ni psicológico, pero sobre todo físico. Me estaba matando, y un día yo ya no me levantaría del suelo. Los golpes en las costillas ya no serían golpes, sería una costilla hincada en el pulmón. Y yo ya no tenía fuerzas para seguir levantándome para que él volviese a pegarme.

blue nighttimes; camrenWhere stories live. Discover now