CAPÍTULO 3

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Renegades — X Ambassadors

Lauren's POV

Nuestra casa era modesta, bastante modesta. Sólo había dos habitaciones, una para mi padre y otra donde dormía mi hermana pequeña. Yo dormía en el sofá; mi hermana solía tirarme del labio o la nariz por las noches, así que era mejor dejarla tranquila. El suelo estaba enmoquetado en un color verde oscuro que pocas veces se le pasaba la aspiradora porque yo apenas tenía tiempo y el pasatiempo favorito de mi padre era sentarse a ver la tele con una cerveza en la mano, justo como estaba en ese momento.

Con las piernas tan separadas que a veces creía que no tenía genitales sino una piedra en medio, los chicos a veces exageraban muchísimo aquella postura sólo para sentirse más hombres supongo.

—Hazme un sándwich. —Me dijo llevándose la mano a la entrepierna para, supongo, que colocarla bien. Era vomitivo, quizás por su culpa yo detestaba a todo hombre viviente.

—Podrías hacértelo tú, tienes manos. —Recriminé llevando a mi hermana de la mano por el pasillo. Daba pequeños pasitos y de pronto empezaba a correr.

—Yo no fui quién echó a tu madre de casa. —Escupió. Sabía cómo hacerme daño, sabía dónde dar para hacer que cediese, y yo cedía.

—La diferencia entre tú y yo es que yo tengo que irme a trabajar. —Senté a Rachel en la sillita de la cocina y abrí el armario, sacando el pan, la mortadela, mostaza, lechuga y tomate. —Y tengo que pagar el piso de Chris también. ¿Qué haces tú? ¿Por cada lata de cerveza te dan cincuenta dólares? —Unté la mostaza en el pan, escuchando cómo él gruñía en el sofá.

—A mí no me levantes la voz. Tu hermano es el que tiene que estudiar, tú —giró la cabeza para mirarme y me señaló con el dedo— a trabajar.

—Trabajo por mi hermana, no para pagarte a ti las cervezas y a él una carrera que no quiere estudiar. —Cogí el plato y casi se lo tiré en la mesa, llevándome una de aquellas miradas sucias de aquél maldito machista.

Rachel había salido de la cocina y se acercaba a mí, estirando sus manitas para que la cogiese en brazos. Me arrodillé delante de ella peinándola un poco, acariciándole las mejillas con una sonrisa.

—Pórtate bien, bichito. —Sonreí dándole unos cuantos besos sonoros en las mejillas, haciéndola reír.

—A píiiiiii.

Me levanté del suelo y cogí mi mochila de al lado de mi padre en el sofá, suspirando. No me dijo nada, ni siquiera me miró.

—Cuídala bien, es pequeña. —Dije colgándome la mochila a la espalda, él ni siquiera se inmutó.

—Si sé cómo hacer niños sé cuidarlos. —Respondió de mala gana, dejando la cerveza en la mesa.

—Ese es el problema, que sabes hacerlos. —Dije antes de salir de casa.

Aquella noche fue... Aquella noche fue absolutamente desastrosa, cuando llegué apenas pude cenar porque aquél sándwich de mi padre me retrasó lo suficiente como para llegar justo a tiempo para trabajar. Los viernes eran el mejor día para ganar dinero, sí, pero era el peor día para mí. Los platos entraban uno detrás de otro, sin parar, de tres en tres en ocasiones. Las voces se escuchaban en toda la cocina cantando comandas y pidiendo platos a voces, mientras yo me mantenía alejada de aquél barullo limpiando los platos todo lo rápido que podía.

Mis dedos no tardaron mucho en arrugarse, quizás a los quince minutos ya estaban como pasas. En esas tres horas, hubo un momento en que ni siquiera me sentía los dedos y tampoco la mano. Era una sensación horrenda. El calor de la cocina, el dolor en los codos, el dolor en la espalda y la planta de los pies al llevar tanto tiempo de pie sin hacer nada era lo que me estaba matando.

blue nighttimes; camrenWhere stories live. Discover now