1. Una voz desde las sombras

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Después de una larga jornada en la escuela, Orihime Inoue estaba agotada. 

Se acercaba el verano y con ello la finalización del año escolar, por lo que estos días los estudiantes presentaban exámenes a diario; además, Orihime trabajaba en las tardes en una panadería del barrio y hoy ya había tenido que hacer varios mandados hasta vecindarios apartados. Era una tarde soleada pero hacía demasiado calor y eso no era algo bueno para la chica, que tenía que ir en bicicleta hasta tan lejos.

Cuando regresó a la tienda, se encontró con el panadero que la esperaba en la entrada con una gran bolsa en la mano de la que sobresalían cuatro baguettes de parmesano.

La chica suspiró.

—¿Estás cansada, Inoue-chan? —preguntó el hombre, comprensivo.

—¡Por supuesto que no, Nishijima-san! ¡Sólo un poco acalorada, es todo! —exclamó ella, sonriendo.

El hombre sonrió también. Ella siempre tenía la mejor actitud, quizás por eso tenía tantos clientes que pedían domicilios desde que ella trabajaba para él. Era una muchacha muy atractiva: su cabello naranja estaba más largo y hermoso que nunca, además (el hombre pensó), tenía un buen par de...

—¡Nishijima-san! ¡El pedido, por favor! —repitió Orihime, ladeando la cabeza, confundida mientras el hombre le entregaba la bolsa y se apartaba, apenado.

Orihime giró sobre sus talones y se dirigió a la calle de nuevo. El sol descendía en el horizonte de la calle japonesa. Era un lindo atardecer. Aunque estuviera cansada, Orihime no pudo evitar detenerse un momento a disfrutarlo.

Era una persona que disfrutaba las pequeñas cosas de la vida; sentía que le debía al menos eso a su hermano mayor fallecido y también a Kurosaki-kun, el chico que le gustaba, con quien había vivido muchas aventuras durante los últimos años. Orihime pasó por la calle donde una vez casi la había atropellado un automóvil y recordó los días en que su vida había cambiado para siempre, de la mano de Ichigo Kurosaki.

Una marca en forma de garras había aparecido en su tobillo y más tarde, mientras cenaba con Tatsuki-san, su mejor amiga, un Hollow las había atacado.

¿Qué era un Hollow? Un Hollow o Hueco, era un alma humana que por alguna razón no había pasado al otro mundo; usualmente eran almas que se quedaban en la tierra incluso después de la muerte debido a que tenían fuertes apegos a personas o lugares del mundo material. Con el pasar del tiempo estas almas se transformarían en entidades oscuras y perversas, algunas veces muy obsesivas.

Este Hollow que atacó a las chicas, y el primero que Inoue Orihime vió en su vida era el alma de su propio hermano mayor que se había quedado en la tierra para velar por ella y había sido poseído por fuertes sentimientos de abandono cuando ella había dejado de orar por él. Ichigo había aparecido y había utilizado su Zanpakuto para darle eterno descanso a su alma.

La Zanpakuto era el arma de los Shinigami, o dioses de la muerte. Eran espadas con propiedades espirituales para hacer que las almas transmutaran hacia el otro mundo, o como ellos lo conocían, la Sociedad de Almas. Tras descubrir que Ichigo era un Shinigami, Orihime también descubrió que tenía ciertos poderes mágicos que más adelante serían de gran ayuda para todos.

Orihime siguió caminando hasta un alto edificio de apartamentos, sacó el papel que le había dado el panadero con la dirección y se alegró de ver que el mandado iba para el segundo piso. Esa señora era muy amable y siempre la daba propinas. Saludó animadamente a la señora y le entregó el mandado, contenta, y bajó las escaleras dando saltos.

Cuando atravesó la puerta del edificio, se estrelló con un enorme muro que no estaba ahí antes de que entrara al edificio. Cayó sentada en el suelo de mármol y levantó la vista, apuntando con sus manos a una enorme figura que se encontraba de pie frente a ella: un gigantesco hombre que parecía tallado en roca, y que estaba allí, de pie como una estatua esperandola y mirándola fijamente...

—Inoue-san —saludó Sado Yasutora, su amigo y compañero de escuela. Era un hombre gigantesco, músculoso y moreno. Vestía una vistosa camisa con piñas y platanos. Eso era usual en él.

—Sado-kun... lo siento, yo...

—¿Ibas a enviar a Tsubaki?

Orihime soltó una risa nerviosa.

—¡Yo no...! Bueno... ¡sí, me asustaste y yo...! ¡Pero no quería y...!

Sado la ayudó a levantarse.

—Gracias.

Y los chicos caminaron por las calles del pequeño pueblo de Karakura, Japón, de regreso a la panadería mientras conversaban. El sol se ponía en el horizonte y empezaba a hacer frío. Chad parecía circunspecto.

—Inoue —dijo después de un rato—. ¿Has sentido algo diferente en el aire?

La chica se frotó las sienes y volvió a verlo.

—No lo había pensado. Quizás estoy demasiado cansada pero...

Sado se detuvo.

—Hay algo, ¿verdad?

Orihime se detuvo a su lado. Lo miró directo a los ojos a través de la cortina de lanoso cabello castaño que su amigo llevaba sobre la frente y le daba el aspecto de un perro San Bernardo.

—No lo sé. ¿Qué has sentido, Sado-kun?

—Escuché una voz hace rato, y algo que... algo que no era reiatsu, algo que se parecía a... un sentimiento.

Orihime se sintió preocupada. Sado-kun era un hombre de pocas palabras, por eso, cuando hablaba había que prestarle atención, pues seguramente él no diría nada si no fuera importante. Así era él.

—¿Por qué acudiste a mí y no a Kurosaki o a Ishida-kun? —preguntó la chica.

Sado se retiró el cabello de los ojos. Su mirada era tensa.

—Porque esa voz susurraba tu nombre.


Próximo capítulo: 2. No lo digas


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Reiatsu + Cosmos (Saint Seiya / Bleach)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora