Capítulo II

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Urie sonrió satisfecho al notar el carmesí cubriendo las mejillas del castaño. Sonrió más al darse cuenta de que él había causado eso. Y sonrió más al pensar que el dueño las mejillas carmesí era el atractivo chico que atendía la librería de lunes a sábado.

Ryan simplemente ignoró el comentario e intentó cubrir su sonrojo dirigiéndose  al fondo de la biblioteca. Volvió con una pila de libros entre brazos.

"Aquí tienes tus libros" Dejó la pila frente a Brendon. Había todo tipo de poesía en esos libros. Shakespeare, Whitman, Neruda, Wilde, etcétera y etcétera.
 
"Sigo creyendo que la mejor poesía aquí eres tú" Expresó decidido y completamente seguro de lo que decía.

"Y yo sigo creyendo que estás muy equivocado" Insistió. El chico ya lo estaba irritando. Pero lo que más lo irritaba era el hecho de que se estaba sonrojando. Ryan Ross nunca se sonrojaba. La única vez que lo hizo fue cuando Jacqueline, una niña francesa que solía ser su vecina, se acercó a él y le dijo "eres lindo" con un evidente acento francés. Jac volvió a su país natal luego de unos meses y nunca más la vio. En el vecindario decían que sus padres se divorciaron y su madre decidió volver. No volvió a sonrojarse porque después de eso, nadie lo volvió a llamar así. Probablemente los niños franceses no eran tan lindos o la niña estaba mal de la vista. Nunca recibía halagos de nadie. Y los "halagos" del tal Brendon, que eran bastante creativos, lo estaban sonrojando. Pero esa no era la única razón por la cual no lo hacía: odiaba sonrojarse y trataba de evitar hacerlo.

"Yo nunca me equivoco, querido Ryan" Le dedicó una de sus enormes sonrisas y tomó uno de los libros frente a él, al azar. Sólo para volver más tarde para poder ver al chico de ojos miel y cabello al estilo beatle. Dejó el dinero en la mano del castaño. "No me olvides. Aunque dudo que puedas hacerlo" Guiñó un ojo y salió por la puerta.

Ryan lo siguió con la mirada hasta que su silueta se esfumó entre las calles de Blackburn.

No podía creer lo que acaba de ocurrir. Nunca había conocido a alguien tan idiota como ese tal Brendon Urie.

Tomó un cuaderno algo gastado de color bordó y escribió:

Brendon Urie. Sinónimo de estúpido e irritante.

Antónimo de

Dejó el espacio de antónimos vacío. No se le ocurría ninguno. Eso nunca le había ocurrido, siempre encontraba los antónimos de cada persona. Brendon además de ser todos esos sinónimos, era el primer nombre es su cuaderno con un espacio en blanco. Tal vez pensaría uno luego.

"¿Por qué te preocupas? No es importante, solo otra persona estúpida que cruzó tu camino. No volverás a verlo" Pensó. Y puede que se haya sentido un poco, muy poco, mínimamente mal porque no iba a volver a verlo. Pero no iba a admitirlo. Eso nunca.

"Oh por dios Ryan ¿qué te pasa? No es nadie, y ni siquiera es tan atractivo. ¿Desde cuándo es tan fácil impresionarte? ¿No eras heterosexual?" Otro pensamiento.

Agregó "atractivo (un poco)" a la lista de sinónimos. Pero lo pensó mejor y lo borró.

Revisó su cuaderno. Él lo llamaba "sintónimo", la mezcla de las palabras sinónimo y antónimo. A Ryan le gustaba describir personas con ellos. Pensaba que eran geniales para eso. Había escrito sobre cada persona que conocía ahí. Y definitivamente, Brendon estaba entre ellas. Sólo era un idiota que había llegado a darle su dosis diaria de irritación.

Y para duplicar la dosis, la campana sonó y el perfume dulzón de su tía se hizo presente en la biblioteca.

"¡George, espero que no hayas perdido más libros hoy!" gritó con su característica voz chillona. Llevaba un sweater naranja que brillaba más que todas las luces de la ciudad. Su cabello rubio lucía seco y el labial rosado entre sus dientes sólo empeoraba toda su apariencia. Ella era de esas personas que no aceptan la edad que tienen y hacen lo posible para parecer menores. Intentos fallidos. Tenía una hermana gemela llamada Martha. Su hermana era mucho más bella que ella. Va a considerar eso como una de las razones por las cuales su tía es tan amargada. Debe ser horrible tener un hermano idéntico a ti, pero con algo que tú no tienes: belleza. Ryan nunca pasó por eso, ya que era hijo único. Aunque eso tampoco era tan agradable, era bastante solitario. Se sintió un poco mal por su tía.

"No tía, no perdí ninguno. Y por favor, dime Ryan" bufó George Ryan Ross III. Ya había dos antes que él, necesitaba distinguirse de su padre de alguna forma. Lo que menos quería en el mundo era ser como su padre.

"Como digas Georgie. Cuéntame, ¿cuántos clientes tuviste el día de hoy?" Sonrió mostrando su dentadura, con una pequeña esperanza de que hubieran más clientes que el día de ayer. Margaret nunca entendió porque su hermana llamó Ryan a su sobrino. Ella creía que el nombre era terrible, parecía nombre de un perro de una película animada. Nunca en sus 64 años de vida había escuchado un nombre peor que ese. Prefería llamarlo George y no iba a dejar de llamarlo así, por más que se queje siempre.

El muchacho hizo cuentas con sus dedos. "Hasta este momento... unos siete."

Su tía había considerado vender la librería. A Ryan la verdad no le importaba. Su vida era un asco, con o sin librería Ross.

A Margaret le molestó la respuesta de su sobrino.

"Menos clientes igual a menos dinero para ti, George" advirtió mientras tomaba su bolso floreado y se retiró por la puerta de vidrio.

Dejando al chico sólo con su cuaderno y pensamientos. De todas formas le pagaba una miseria por trabajar ocho horas por seis días a la semana. No haría mucha diferencia.

El chico de cabello oscuro había ocupado todo el espacio en la mente de Ryan, tanto que no oyó la advertencia de su molesta tía.

Brendon logró lo que quería: vivir en sus pensamientos. Malos o buenos, crueles o dulces.  No le importaba lo que pensara mientras que sea sobre él.

  No le importaba lo que pensara mientras que sea sobre él

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