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—¿Te das cuenta de lo que me estás pidiendo?—dijo. Su voz sonaba con un cierto toque de eco. Estaba apoyando su frente contra su brazo, el cual descansaba en la ventana. Su reflejo dejaba ver que su mirada iba más allá de los edificios de la ciudad, más allá de las nubes. Su otra mano se movía de alante hacia atrás, triscando sus dedos de forma rítmica a la vez que su cabeza pensaba en demasiadas cosas y fruncía el ceño.

—Es solo una idea, la verdad, olvídalo— mi voz no sonaba demasiado animada. "Estaba cansada". Debería hacerme una gorra con esa frase, ahorraría exactamente 13 letras diarias. Moví mi mirada de su mano a su cabeza, la cual se giró y me permitió ver asomar sus incandescentes ojos azules por encima de su hombro.

Cambié mi postura y estiré mi espalda cuando él se acercó a mí. Su mano izquierda estaba ahora en mi mentón y la derecha seguía triscando los dedos, como un cantante de blues que pide ritmo.

—¿Qué formas son esas de hablarle a tu esposo?—sus labios se curvaron en una pequeña y perversa sonrisa. Aquel día se vestía de forma peculiar; sus pantalones eran de pinzas y por debajo de ellos y de un cinturón de cuero estaba sujeta una camisa blanca, de la cual remangó las mangas a la altura de los codos. Su chaqueta a juego con los pantalones reposaba entre mi silla y mi espalda.

—No eres mi esposo—dije sonriendo.

Él se echó hacia atrás de nuevo mirando hacia las vistas mientras salía una sonora carcajada de su boca.

—Como si lo fuese—dijo.—Está lloviendo.

Le miré extrañada.

—No está lloviendo—sus músculos se contrajeron al oír mis palabras. Esperé unos segundos a que contestase pero al no obtener respuesta decidí insistir.—Necesito tu colaboración en esto Jerome.

—Y yo necesito que dejes de trabajar para la policía—dijo él y le vi sacar un cigarrilo del bolsillo de su camisa.

Lo acercó a sus labios, pero antes de que siquiera él mismo los tocase, lo dejó en el borde de la ventana y se quedó mirando pensativo hacia él. Resoplé lo suficientemente fuerte como para que él me oyese y me levanté de la silla.

—¿Te drogas?—pregunté y él escupió una carcajada.

—Sí, cada noche—.

—¿Desde cuándo?—dije intentando mantener la calma y suplicando por descubrir que aquello era una broma.

—Desde que te conocí —se giró. Caminó hasta donde estaba yo de pie mordiéndome las uñas y acarició mi cuello con su mano.—Tus labios, tus manos...es lo mejor que he probado en mucho tiempo.

—Boh—exclamé apartando su mano de mi cuello y caminando a la otra punta de la habitación.—Lo digo enserio Jerome.

Él me miró y su expresión cambió a una un poco más relajada pero seria.

—En el circo nos daban de todo, y a veces revivo viejos momentos. La caravana, el circo, mi madre...soy humano y la echo de menos.

—La mataste tú—.

—Pequeños...roces, llevan al odio, Kelsey—había bajado la guardia y él había llegado hasta donde yo estaba de pie, clavada y con mi uña sufriendo bajo la fricción de mis d.—¿Por qué lo preguntas?

Mis manos volaron ahora hasta mi pelo, jugando y enredando mis dedos en él. Jerome tenía su mirada fija en mí mientras que sus manos se quedaban quietas en el aire, no sabiendo que debían hacer.

—Estás diferente—escupí con rabia.

—Me gusta cambiar, es parte de mi papel—sus palabras salían de su boca como un guión de teatro improvisado.—¿Por qué lo preguntas? ¿Tienes miedo de quedarte fuera de la obra?

—Mi problema no es quedarme fuera de la obra Jerome—me aparté un par de pasos de él y vi como no se movía del sitio.—Mi problema es que no se cual es mi papel.

Él miró al suelo dudoso. La mano que antes se movía rítmicamente ahora estaba sobre su pierna derecha, moviendo los dedos como un pianista. Parecía que no podía mantenerla en el sitio, como una especie de tic.

Levantó su vista y la volvió a clavar en mí.

—¿Tu...papel?—dijo él, como si no hubiese escuchado bien.—Eres mía, ¿no es eso suficiente?

Negué con mi cabeza y él suspiró de forma marcada. Parecía buscar una respuesta a algo que no sabía acaso si la tenía o no. Sus ojos bailaban de un lado a otro de mi salón, rogando inspiración a su subconsciente. Estaba claro que él tampoco sabía qué estaba pasando. Ni eso, ni lo que podría pasar más adelante. No lo sabía, posiblemente porque no le dedicaba las horas del día que le dedicaba yo a pensar en qué sería de nosotros en un futuro. Quiero decir, claramente no podríamos seguir viviendo en Gotham para siempre, ni salir a la calle, ni casarnos de forma civil si eso ocurriese. ¿Viviríamos aislados para siempre o...simplemente no viviríamos?

—Déjalo Jerome, yo solo...quiero saber si esto va a alguna parte—él dejó de mirar hacia mi reloj de cuco y clavó sus ojos en mí.

—¿Hacia alguna parte?—él negó con la cabeza mientras sonreía y se acercó a mí hasta que me alcanzó.—Cariño, no te dejaré hasta que toquemos el cielo juntos.

Sus palabras me tranquilizaron a la vez que me hicieron sonrojar. Acerqué mi cabeza a su pecho y él me rodeó con sus brazos. Los latidos de su corazón eran cada vez más fuertes, y me gustaba pensar que era por mí aunque así no fuera. Nos quedamos en aquella postura hasta que vimos como se encendían las luces de las farolas de la calle.

—Es tarde—dije. Ya era hora.—No quiero obligarte a irte, pero sabes que esta semana me van a tener muy vigilada.

—Lo se, he conseguido un apartamento en el motel de enfrente; no pienso perderte de vista—recogió su chaqueta que estaba apoyada sobre la silla y se la puso. Cuando llegó a la puerta se giró antes de que pudiese predecirlo y me besó. Sus labios eran muy suaves y carnosos, sobre todo cuando no los veía venir. Sus manos estaban a ambos lados de mi cara y su pulgar acariciaba mi mejilla.

—Solo es una semana—dije pasando mi mano por su corbata y estirándola.—¿Podrás vivir sin mí?

—Tranquila, la ventana de mi habitación da a la de la tuya; como ya dije, no te voy a perder de vista.—No me podía creer lo controlador que podía llegar a ser, y cuánto me gustaba.

Abrí la puerta y le empujé mientras sonreía. Él se giró y, cuando yo pensaba que me iba a besar, me abrazó. Fue extraño. Un abrazo de despedida. Tardé en reaccionar pero mis brazos no tardaron en apretarle contra mí.

—Te quiero—salió de mi boca. Quizás no debí haberlo dicho en aquel momento, fue un acto demasiado espontáneo debido al instante de emoción. Pero ya estaba dicho, y él me respondió con un beso en el cuello.

—Yo también Kelsey—se alejó de mi y cogió un paraguas de mi paragüero.—Está lloviendo.

Me giré y miré hacia la ventana. El cielo estaba nublado pero para nada estaba lloviendo.

—¿Qué dic...—paré de hablar al girarme y ver que no estaba allí, que ya se había ido.

Cerré la puerta y caminé hasta la ventana. Gotham podría catalogarse como una ciudad plenamente gris. El cigarrillo de Jerome seguía en el borde de la ventana Y decidí cogerlo. Nunca había tenido uno en mis manos, y era extrañamente ligero. Lo volví a dejar allí, no lo necesitaba.

Me encaminé hacia mí habitación y comencé a cambiarme. Mi espalda tiraba y mis tobillos no podían más consigo mismos. Esta sería una semana difícil; tendría que estar sin ver a Jerome todos los días y aguantar a la agente especial que enviaría la policía para "protegerme" de Jerome.
Un ruido me sacó de mis pensamientos. Eran unos pequeños golpes constantes. No eran muy fuertes, pero conseguí concentrarme y escucharlos bien. Volví mi mirada al salón y caminé hacia allí. Las ventanas, al igual que hacía escasos minutos, estaban abiertas de par en par, y pequeños puntos inundaban la alfombra de mi salón.

Está lloviendo.

He Is Mad | Jerome Valeska | Cameron MonaghanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora