Pero, tranquilos, nada de eso me perturba ya. Bueno, no voy a negar que eso no me haya perturbado un poco el domingo y que recibir su llamada fue como un golpe al escaso ego que me dejó el hijo de puta antes de botarme, pero lo superé del mejor modo que pudo ocurrírseme. A saber, junté varios tipos de helados, gominolas, dos bolsas de malvaviscos, whisky para dar sabor a derrota, crema batida, jarabe de chocolate, jarabe de frutilla, tres paquetes de M&M y al menos quince merengues suizos para decorar la parte superior de mi enorme monte de diabetes para llevar. Ese fue el modo en que ultrajé mi cuerpo, dándole tantas calorías que incluso cuando debía sentirme culpable, lo que en verdad sentí fue un perverso alivio. Había renunciado a los carbohidratos hacía dos meses, e incluso todas mis amigas del trabajo lo habían hecho como un modo de apoyarme con mi dieta. No es que me considerara una persona con gran sobrepeso, pero ya había bultos en mi abdomen que difícilmente se podrían confundir con un descuido en la rutina de ejercicios, mis muslos habían aumentado su tamaño al menos a dos tallas desde el último verano y mi vientre comenzaba a escurrirse ligeramente por encima de las cinturillas de mis bragas más ajustadas. No era una situación alarmante, pero en vista de mi nueva soltería, sabía que iba a tener que comenzar a mejorar un poco mi estado mayormente abandonado.

Era el karma de los noviazgos largos, ¿saben? Cuando una está en una relación estable, tiende a darse ciertas libertades y lo primero que acusa esas licencias son los kilos que se suman aquí y allá paulatinamente. Si planeaba reinsertarme en el mercado amoroso —no que eso me quitara el sueño—, debía mejorarme y ofrecer lo mejor de mí, lo cual luego volvería a deteriorarse... por supuesto. Pero lo que importaba era el esfuerzo por enmascarar todo aquello la mayor cantidad de tiempo posible.

En fin, ese domingo como esa mañana de lunes, francamente me importó un cuerno todo el rollo que me di sobre mejorar mi imagen y restaurar mi corazón para futuras incursiones románticas. Me sentía golpeada, humillada y dolorida porque mi antiguo prometido quería mi anillo para proponérselo a otra mujer, una fulana que se había hecho de mi lugar en nada de tiempo y para colmo, ahora llevaría mi anillo y el apellido del hombre que antes me pertenecía. Creo que frente a esto, era completamente justificable mi atraco con la comida. ¿Lo ven? Les dije que una vez que tuvieran la explicación, estarían de acuerdo con mi método para remontar una mañana de lunes de mierda. La otra opción habría sido esconderme debajo de mis mantas, tapar mis oídos y comenzar a recitar "no me importa, no me importa" hasta que mi terco cerebro tomara la indirecta. Pero no podía darme ese tipo de lujos, porque debía trabajar y en realidad debía dejar de ser tan infantil al respecto.

Al llegar a mi trabajo, lo más lógico habría sido compartirlo todo con mis compañeras y permitirles consolarme, como llevaban haciendo pacientemente desde mi ruptura. Pero me sentía tan estúpida por pensar que un hombre pudiera hacerme comportar de ese modo tan patético, que me obligué a pintar la sonrisa más alegre en mi rostro y bajé del ascensor lista para afrontar mi día laboral, sin terminarlo con un intento de suicidio en la sala de café.

—Daph, ¿qué crees? Hoy conseguí ese nuevo té que ayuda a quemar grasas del trasero, sin necesidad de hacer ejercicio.

—Para mí esas son puras idioteces, debes venir a yoga conmigo... te aseguro que es genial para reencontrarse con la paz interior. Y el profesor está que le chupas los huesos.

Sonreí hacia mis amigas, pasando por su lado sin hacer comentarios al respecto, pero entonces Ani me detuvo del brazo y me dio una mirada profundamente analizadora. Miradas tipo fiscal de estado que no descansará hasta sacar de ti hasta el último trapo sucio de tu historia de vida. Me tensé, razón que me hizo sonreír todavía con más vehemencia.

—¿Qué pasa contigo? —me lanzó ella a quemarropa, y por un momento me preocupé porque alguna parte de chocolate o helado hubiese manchado mi camisa. ¿Era tan obvia? Por supuesto que me sentía un poco culpable por haber ultrajado a mi dieta, sobre todo cuando todas ellas estaban haciendo el esfuerzo de hacerla conmigo aun cuando no les hacía falta, pero esperaba que eso no se evidenciara en mi rostro.

El mito de Daphne (libro II de la serie)Where stories live. Discover now