Capítulo 11: Extraña dulzura.

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La puerta del despacho continuaba abierta. Ninguno de los dos había hecho el más mínimo amago por ir a cerrarla pese a que Deidara estaba más cerca de ella. Finalmente, fue Itachi quién se acercó a la robusta puerta de madera y la cerró echando el pestillo. No pasó desapercibido para el moreno el leve temblor que había producido el ruido del pestillo en el cuerpo del rubio. No había que ser un genio para saber que había ocurrido algo malo. Ese chico venía asustado, lleno de heridas y prácticamente sin poder sostenerse en pie por sí mismo.

Durante unos tensos silencios donde Itachi continuaba dándole la espalda a Deidara y mirando su mano en el pestillo de la puerta, pensó qué hacer, cómo tratar la mente de ese asustado chico pero nada se le ocurría. Pensaba y pensaba sintiendo ese leve escalofrío en su espalda, síntoma de la culpabilidad que solía sentir cuando sabía que había obrado mal, pero aún así no se arrepentía. Parte de la banda había caído aquella vez gracias al soplo de ese chico. Las calles estaban más seguras gracias a él pese a que ese rubio no lo supiera aún.

- Dei – le llamó al final girándose para coger su brazo, pero en aquel preciso momento, el chico se desplomó frente a él sin poder aguantar más tiempo de pie.

El brazo de Itachi fue más rápido agarrando la cintura del joven que se desplomaba frente a él. Con cuidado, cogió en brazos al chico llevándole hasta el sofá de su oficina. Allí le dejó tumbado tomándole el pulso para asegurarse que estaba bien, tan sólo se había desmayado, algo que no le extrañaba entre el dolor que debía sentir y la presión y nerviosismo que su cuerpo presentaba.

- Descansa un rato Dei – susurró más para él mismo que para ese rubio que simplemente, no podía enterarse de nada.

Sentado desde su mesa, terminando de escribir algunos papeles urgentes, Itachi fijaba sus ojos de vez en cuando en ese chico que no parecía querer despertarse. Quizá era de las pocas veces en que conseguiría dormir bien allí encerrado en prisión. Por primera vez, el moreno empezó a entender lo difícil que debía ser para un chiquillo de apenas diecisiete años estar allí encerrado con todos esos criminales. No era un mal chico, tan sólo había tenido una serie de circunstancias que le habían impulsado en la dirección equivocada. No podía salir de esa banda y ni él mismo estaba seguro de poder sacar a ese chico. Sabía mejor que nadie que todos los que salían lo hacían de la misma forma, muertos.

Con aquel pensamiento en su cabeza, se reclinó contra el asiento y echó la cabeza hacia atrás tratando de no pensar en aquello, tratando de pensar únicamente en su propósito, en que era necesario sacrificar a veces a algún peón en el tablero para alcanzar a la reina, ese peón era Deidara, el problema es que a veces... intentaba no tener que sacrificarle, eso complicaba la partida.

Un quejido le hizo girarse y observar a ese chico que se acurrucaba como si tuviera frío. Las noches allí eran frías. Seguramente sus propios guardias se preguntarían qué estaría ocurriendo dentro para que la reunión se alargase tanto, pero a Itachi le daba igual mientras pudiera mantener a ese chico un rato más a salvo de todos los problemas de dentro de prisión.

Se acercó hasta él cogiendo de detrás de su silla la larga chaqueta con la que siempre venía a trabajar. Intentó ponérsela por encima pero Deidara se despertó sobresaltado al sentir a alguien cerca. Aquel gesto asustado de Deidara hizo que Itachi detuviese un segundo sus manos sin terminar de colocarle la chaqueta.

- Ey, tranquilo, sólo... sólo iba a taparte un poco – le comentó Itachi con suavidad y casi con dulzura – estabas temblando de frío.

Deidara parecía confuso. Miró primero los ojos de Itachi y luego los desvió hacia el resto de la sala tratando de ubicarse. En cuanto supo que seguía en la oficina y que estaba oscureciendo por la ventana, pareció asustarse más.

Perro prisionero (Naruto, Itadei)Where stories live. Discover now