Capítulo 4: Celdas

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El cielo empezó a nublarse a mitad de la tarde, pero eso era algo que había dejado de importarle a Deidara desde el primer momento en que pisó la prisión. Todo su mundo se había venido abajo, aunque realmente sabía que él nunca había sido feliz ni lo sería. Estaba condenado a esta vida. A veces pensaba qué habría sido de él si hubiera nacido en una familia que le hubiera querido, si tan sólo le hubiera adoptado alguien que sintiera realmente aprecio por él, pero no. Nació en la calle y se crió en un orfanato hasta que Pain lo recogió cuando buscaba entre la basura. Él jamás llegaría a ser nada importante y, tal y como Pain le había dicho... jamás conocería el amor, sólo era un perro abandonado por todos, uno al que nadie quería en su casa.

Vivir en la mansión de Pain era lo único bueno que había tenido en su vida. Era cierto que había conocido demasiado pronto el sexo, que le habían humillado... pero también le había enseñado a sobrevivir y la única norma para poder quedarse en aquella casa, bien alimentado y cuidado, era no enamorarse de nadie. Algo que parecía fácil. También era cierto que era muy complicado enamorarse cuando pasaba de un cliente a otro para poder hacer los chantajes.

Miraba aquel cielo oscurecerse entre los barrotes de su celda, cuando sintió que alguien cogía su brazo con fuerza. Las celdas aún estaban abiertas y aunque tardarían un par de horas en cerrarse por completo para dormir, su compañero de celda había decidido regresar. No había tenido ocasión de ver a su compañero hasta aquel momento, justo cuando le obligaba a levantar del banco de madera donde estaba y lo arrastraba tras él hacia su cama. Aquello preocupó a Deidara, que trató de soltar su muñeca del agarre.

- Suéltame, imbécil – le gritó pero sólo consiguió sacar una sonrisa macabra del otro chico unos años mayor que él y con mayor cuerpo que el suyo.

- Cierra el pico, chico. Aquí, en esta habitación, se hace lo que yo digo.

- No pienso ser tu juguete.

- ¿Ah, no? ¿Y cómo vas a impedírmelo? – le preguntó lanzándolo con fuerza contra la cama para tumbarse encima de un Deidara que trataba de poner sus brazos delante para impedirle acercarse sin mucho éxito.

- Déjame – le volvió a gritar sintiendo la asquerosa lengua de su compañero recorrerle el cuello.

Podía sentir aquellas manos luchando con el pantalón para quitarlo. Deidara sabía de sobra que no tenía salvación posible pero entonces, el peso del chico desapareció. Alguien lo había lanzado contra el suelo de la celda.

- ¿Estás sordo o quieres morir pronto? – escuchó la voz de Sasori a su espalda, pese a que ni siquiera había sido él quien había movido al hombre, sino su guardaespaldas Kakuzu – este chico es mío y odio que toquen mis cosas.

El compañero de Deidara tembló en aquel momento. Quizá no le había llegado aún el rumor del trato de Deidara con aquel pelirrojo, pero acababa de meterse en un buen lío. Sasori seguía mirándole desde la puerta de la celda con superioridad y cierta agresividad.

- Enseñadle a este incauto que no se tocan mis cosas – dijo hacia sus hombres mientras Kakuzu se giraba hacia Deidara cogiéndole de la muñeca y arrastrándole fuera con ellos.

Deidara no se atrevió a pronunciar palabra pese a que algo dentro de él se rompía al saber que su compañero lo iba a pasar mal con aquellos matones. Cerró los ojos y recapacitó, era su compañero o él y la verdad... era que prefería salvarse él, a eso le habían enseñado y sin embargo... no quitaba la idea de que se estaba convirtiendo en una mala persona dejando que ocurrieran cosas malas frente a sus ojos sin detener la situación. ¿Por qué no podía detenerlos? ¿Por qué ya no podía ser el chico inocente que buscaba comida en la basura? Se estaba convirtiendo en uno de ellos y no había vuelta atrás. Cada vez se sentía más sucio y peor persona.

Perro prisionero (Naruto, Itadei)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz