Capítulo 8: Juegos silenciosos

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La noche cayó rápido para un Itachi que, tumbado en su cómodo colchón, observaba a sus peces nadar. Aquella pecera que su hermano le había regalado en uno de sus cumpleaños cuando era joven seguía relajándole y, sin embargo, hoy por alguna extraña sensación, continuaba intranquilo. Ese chiquillo rubio le estaba haciendo pensar más de la cuenta.

Sabía lo que era, un delincuente, un chico de la peor calaña, acostumbrado a salirse con la suya y aun así, lo único que veía cuando miraba aquellos ojos azules como el mismo cielo, era a un pobre chico perdido, un chico al que le habían arrebatado su vida y su libertad, al que le obligaban a hacer cosas que él no quería. Seguramente ya ni siquiera sabía si quería hacerlo o no, estaba acostumbrado a tener que seguir las órdenes.

Llevó su mano hasta la frente y movió su cabello apartándolo de su rostro, dejándola un segundo allí situada como si aquel vano gesto pudiera conseguir calmarle. Ese chico le iba a traer de cabeza y para colmo... su hermano pequeño era el que llevaba el caso. No podía decirle a su hermano que se estaba acostando con ese chico a cambio de un beneficioso trato para él y así poder capturar a toda la banda, sabía lo que su hermano le diría... que estaba poniendo en peligro la vida de ese chiquillo y era cierto, quizá era eso lo que más le mortificaba. Tan sólo tenía diecisiete años, era un menor y lo estaba llevando a la boca del lobo. Si sus compañeros se enteraban que estaba metido en ese peligroso juego de secretos y silencios, que estaba dando información de la banda... lo matarían al instante.

Intentó dormir, pero a media noche acabó saliendo de la cama y bajando a por un vaso de leche caliente, pensando que eso le ayudaría a conciliar el sueño y acallar su conciencia. No podía evitar estar preocupado por ese chico y no porque fuera algo especial, sino porque él se sentía culpable por ese trato al que prácticamente le había empujado a aceptar. Si ese chico moría, se sentiría terriblemente culpable.

- ¿No puedes dormir? – preguntó un somnoliento Sasuke que seguía con una pequeña lámpara encendida en la barra americana, mirando unos papeles de su trabajo.

- ¿Todavía trabajando? Deberías descansar. Naruto te estará esperando en la cama.

- Naruto hace horas que se ha dormido. Cuando duerme no se entera de nada – sonrió Sasuke – ya puede pasar un tsunami por encima de la casa que él seguiría como un tronco. ¿Y a ti qué te preocupa?

- No es nada.

- Por favor... la última vez que no dormiste bien tenías quince años, habías convencido a tu mejor amigo Shisui de saltar desde el tejado a la piscina y se rompió una pierna. Te sentías culpable por haberle convencido. Siempre has tenido un don para convencer a la gente de hacer lo que tú quieres, pero luego... te das cuenta de que no siempre es la decisión correcta la que les has hecho elegir... eso te hace sentir culpable cuando algo sale mal.

- Eres un sabiondo – sonrió Itachi – no puedo dormir bien porque han llegado nuevos reclusos a la prisión y no sé muy bien aún lo que haré con ellos. Tengo un problema entre manos.

- Espero que no tenga nada que ver en mi caso – sonrió Sasuke – porque odiaría decírtelo pero... aléjate de mi cliente. Sólo tiene diecisiete años, es un chiquillo y tú demasiado ambicioso.

- ¿Quién crees que soy? – sonrió Itachi.

- Alguien tan ambicioso como para intentar meter a toda la banda y aunque ese chico dice que no pertenece a ella, los dos sabemos muy bien que miente. No le utilices para llegar a la banda, lo matarán y lo sabes.

- No estoy utilizando a nadie y mucho menos a tu cliente – mintió Itachi con una sonrisa.

- Eso espero – confirmó Sasuke levantándose de la silla y apagando la luz de la lámpara mientras recogía los informes – me voy a dormir. Mañana me espera un largo día de papeleo.

Perro prisionero (Naruto, Itadei)Where stories live. Discover now