4- La vida de un Príncipe

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"Muchos niños han crecido con la idea de que las princesas deben ser cuidadas, que tienen su antagonista y que un fiel príncipe será su salvador al final de la historia, que será como un amor a primera vista y que, luego de casarse e irse a vivir juntos, tendrán su "y vivieron felices para siempre". La vida de una princesa suena fácil si la comparan a la de un príncipe, que tiene que ser valiente y defender a una total desconocida para luego pedirle matrimonio y complacerla porque "ella ya sufrió mucho".

La mayoría de los príncipes aceptan su destino sin rechistar, con una viva esperanza de que su princesa será bella y sumisa, pero, hay unos cuantos príncipes que no están de acuerdo con este decreto mudo que siempre les imponen. Y esta es su historia.

El príncipe Daniel pertenecía a una de las familias más reconocidas a nivel mundial por su amabilidad y casi su perfección. Sus padres, los reyes, siempre le habían inculcado su camino, le mandaban a estudiar con mil y un institutrices y tenía que aprender todos los idiomas que le fueran posibles antes de cumplir los dieciocho, porque ese día sería el que tendía que salir del reino con nada más que un caballo y su vestimenta pulcra, en busca de su princesa. Al príncipe Daniel nunca le llamó la atención tales cosas que sus padres le contaban, puesto que siempre era lo mismo y, si había algo que Daniel odiara, era la rutina.

La historia de sus padres era la única que, si acaso, podía gustarle, porque gracias a ella él estaba ahí. Su madre, una doncella del reino, ayudó sin interés a un joven herido que vio tirado junto al río cuando fue a recoger agua para su numerosa familia. Este joven era su padre, quien, en agradecimiento, pidió la mano de la doncella a sus padres, quienes, gustosos, aceptaron, pues resultó siendo el hijo del reino vecino.

Por alguna extraña razón, la sonrisa en el rostro de la reina, como le obligaban a llamar a su madre, siempre titubeaba al contarle esa historia y, pese a las innumerables veces que Daniel le preguntó a qué se debía, ella contestaba que a su momento se lo diría.

Y, a seis meses de cumplir los dieciocho, Daniel aún no conocía tal razón. Se podría decir que su curiosidad se había retirado hacía mucho tiempo, cuando se convenció de que solamente había sido su imaginación jugándole una broma. Hacía ya tiempo que no le pedía a la reina una explicación de su mueca, pues una vez su institutriz le escuchó y reprendió.

Daniel era un joven con una apariencia poco común y, por ello, era tan deseado por las doncellas en el reino, y puede que alguno que otro chico que le mirara sintiera atracción por él, pero su público especial eran las doncellas. No se cansaban de hablar de él, no perdían oportunidad de hablarle y mucho menos de intentar conquistarlo.

De un metro con ochentaisiete centímetros, Daniel no podía pasar desapercibido con facilidad en el reino, tampoco su cabello tan negro como la noche ni sus orejas que, aunque fuesen un poco grandes, eran encantadoras. Normalmente tenía prohibido salir de los límites del castillo sin alguna compañía que los reyes consideraran segura. Sin embargo, él se las ingeniaba para escabullirse y salir a vagar por el bosque.

Le parecía extraño que durante tanto tiempo nadie se preocupara por dónde estaba, siendo que en los últimos meses se la pasada todo el día de un lado a otro y sin descanso, pero Daniel prefería no preocuparse mucho por eso.

Unos años atrás él había descubierto que, si seguía un camino con piedras en el borde por el bosque, le llevaría a un lago poco profundo donde podría darse una ducha y despejarse nadando. Ese era el lugar favorito de Daniel Judd.

Un día como cualquier otro, donde Daniel se escapó del castillo y de sus obligaciones como príncipe, fue al lago, totalmente frustrado consigo mismo. Ese día planeaba por la noche decirle a sus padres que renunciaría a su título, que a él no le entusiasmaba de ninguna manera el salir y casarse con no sabe quién.

Midnight Tales by Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora