1- ¿Una historia sin final?

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"Había una vez, en un sitio alejado de la sociedad, donde la naturaleza reinaba y las reglas sociales no eran tan estrictas, un pueblo distinto a los demás. Los habitantes de este pueblo usaban prendas tejidas pulcramente por pequeñas patas, los zapatos eran boleados con la lengua de los comerciantes, los panes expuestos en relucientes bandejas de plata y los cachorros corrían de un lado a otro, ladrándose que le siguieran y siendo secundados por maullidos de "te atraparé".

   El reino de Los Judd era distinto a los demás porque su población la conformaban animales, de todas las especies y tamaños, que habitaban en armonía, donde todos hacían para el otro y cuidaban de sí como si fueran uno.

   Sin embargo, no todas las familias eran aceptadas por el pueblo, algunas recibían discriminación y burlas de animales sin escrúpulos que no aceptaban las diferencias. Una de estas era el principal ataque de los pueblerinos, pues destacaba de entre las demás por su peculiar conformación. Era una familia de ocho integrantes, todos vivían en una pobre casita de paja y barro que con esfuerzo le construyeron sus amigas las aves. Y pese a las burlas que recibían a diario, ellos eran felices, pues estaban juntos.

   Pero el motivo de la burla de los demás no era que fuesen muchos en un pequeño espacio, ni que no tuviesen muchas croquetas o que el proveedor tuviera que irse desde la mañana y llegase hasta la tarde, sino que dos caninos se encargaban de cuidar y mantener a seis pequeños gatitos traviesos. Las manadas decían que era ridículos, que no confiaran en ellos y que estaban totalmente enrabiados. Los cachorros, influenciados por las porfiadas palabras de los líderes de la manada, señalaban a los gatitos y ladraban que tenían roña.

   Muchas veces Mamá Can debía asistir al colegio por sus hijos y recibían palabras crueles hasta de la maestra, una borrega con ojos saltones y berridos graves, diciendo que no podían seguir de ese modo. Por lo tal, luego de varios intentos, la mamá canina tuvo que decidir sacar a sus hijos de la escuela pre-entrenadora.

   Los gatitos se pusieron tristes los primeros días, con sus orejas abajo se sentaban cada mañana a la mesa y miraban a su mamá parlotear de un lado a otro, en un intento por no dejar que sus hijos se perdieran la grandiosa oportunidad de estudiar. Conforme los días pasaron, fueron acostumbrándose a llamar a su mamá "Entrenadora Ward" y sonrientes aprendían y reían en sus clases de modales y caza.

   Cada noche, los siete esperaban sentados en la puerta a que el papá canino llegara, con una botella de leche y un poco de pan y arroz que apartaban de la cena antes de ellos pensar en comer siquiera. El papá y líder de la pequeña familia trabajaba arduamente todo el día ordeñando vacas en el campo, a unos kilómetros de su hogar, y volvía tarde en la noche, cansado y con la lengua colgando de su hocico. Sin embargo, siempre tenía una sonrisa para mostrarle a esos gatitos que tanto quería y que se empeñaban en contarle todo lo que habían hecho en el día. Le contagiaban de emoción y se frotaban contra él, impregnando su olor y sacándole una sonrisa a su compañera de vida.

   Los pequeños gatitos no tardaban mucho en dejarse vencer por el Oso Morfeo, un animal dormilón que les dejaba una historia en la mente, como su madre una vez les explicó, y les daban un descanso al par de caninos. A veces, los mininos caían en la sala y tenían que ser cargados por la boquita de Papá Can hasta sus camas y, dando una lamida a su peluda frente, les dejaban dormir tranquilos. Hasta entonces, la pareja podía contarse su día, reír entre sí y darse besos esquimales. Luego, instantes más tarde, se dejaban dormir e iniciaban otro maravilloso día.

   En el reino de Los Judd no había fines de semana ni leyes que prohibieran la asistencia laboral de los líderes de la familia, por lo que a diario Mamá Can y Papá Can se despedían con lágrimas en los ojos, se deseaban un buen día y el macho corría lejos, soportando el nudo en su garganta al dejar una vez más a sus pequeños. Las manadas que les veían especulaban entre sí que Papá Can tenía otra familia aparte de los Ward, y Mamá Can, que no era sorda, tenía que callar los constantes latidos de su corazón que le gritaba que confiara en su compañero.

Midnight Tales by Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora