3- Los siete cabritillos de Max

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-¿Qué te hace pensar que no lo soy?

Durante unos instantes reinó el silencio entre los cabritillos, ninguno se atrevía a dirigirle la palabra al desconocido y mucho menos a salir de la cama. Cuando todos pensaron que ya se había retirado, la exhalación les sobresaltó. Ni siquiera Yoshi estaba dispuesto a dirigirle la palabra. Cuando el cabrito más pequeño se aburrió de estar apretujado entre sus hermanos, gritó:

-¡Tú no eres nuestro padre, papá tiene la voz dulce y tú no!

Un feroz gruñido y todos volvieron a temblar. Sin embargo, escucharon las pisadas alejarse más y más de su hogar, lo que les hizo suspirar de alivio y salir de debajo de la cama de inmediato.

Todos se miraron entre sí, indecisos, confusos y, por si fuera poco, asustados. No eran tan tontos a ese punto como para no saber que quien les había hablado era el lobo, su voz ronca lo delató sin más y su carácter tan rudo fue peor. La mayoría de los cabritos estaban temerosos de él, excepto Oliver, que quedó con la intriga de comprobar si era el lobo realmente. Y pese a esto, nadie hizo nada para saber más acerca del antagonista.

Unas horas más tarde, el susto había pasado y los pequeños cabrito estaban entretenidos cada quien en sus cosas. Yoshi jugaba a ser doctor, revisaba a un osito de felpa y decía nombres que se inventaba para parecer científico; Brent miraba a todos, serio y sereno, como si les estuviera analizando seriamente; Adrien cuidaba de que Daryel y Oliver no pelearan nuevamente mientras que estos jugaban con los autos de juguete; Alexander veía la televisión, estaban transmitiendo uno de sus programas favoritos y no se lo perdería por nada; y Zack leía un libro acerca de cómo ayudar a cocinar, pues no le gustaba quedarse quieto mucho tiempo más que para aprender. Aunque cada cabrito estuviera en lo suyo, se daban miradas fugaces entre sí, se cuidaban mudamente y velaban uno del otro por su seguridad.

Tres toques en la puerta nuevamente perturbaron la calma en la casa, pero esta vez, los cabritos no se escondieron, o no debajo de la cama, sino que se alinearon en dos filas, cada una pegados a la pared que bordeaba la puerta de entrada. Como no dijeron ni una sola palabra, los toques siguieron. Hasta la tercera vez, luego de un silencio extenso y de que Zack preguntara si ya se había ido, la voz ronca les asustó.

-Hijos, hijos, ábranme la puerta, por favor. Soy su padre, vamos, déjenme entrar. Escuchen mi suave voz.

Atentos, los cabritos dudaron un poco, ciertamente la voz era muy suave y dulce, se parecía a la de su padre, pero aún quedaban cosas por confirmar.

-Muéstranos tus patas y te dejaremos entrar. -tartamudeó Alexander, pues aunque no era muy hablador, seguía intentando cuidar de sus hermanos.

Más que ver, escucharon al lobo pasearse por la puerta, como si dudara en lo que haría. Aún con su dulce voz, este indagó sobre cómo le mostraría las patas, que mejor le abrieran la puerta para que viera que era él. Los cabritos negaron entre gritos y movimientos de cabeza, sin embargo, no sabían de qué modo verle las patas y comprobar si en verdad era su padre. A Brent se le ocurrió que las asomara por debajo de la puerta, pues había una pequeña abertura que dejaría ver a la perfección el pelaje del canino.

Al comunicárselo al lobo, este bajó las patas hasta el sitio que le indicaron y pudo escuchar el lloriqueo de los cabritos.

-¡Tú no eres nuestro padre! -Lloriqueo el mayor-. ¡Tú eres Gerobiz!

Temblando, los cabritos escucharon al lobo reír, una risa jocosa y molesta que les ponía los pelos de punta al instante.

-¿De qué rayos te estás riendo, tonto?

Midnight Tales by Park ChanYeolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora