Había llegado el día: ningún rayo de luz penetraba en aquella profunda cripta, cuya
abertura obstruía la marea alta en aquel momento, pero la luz artificial, que se escapaba
en largos haces a través de las paredes del Nautilus, no se había debilitado, y la sábana
de agua resplandecía todavía alrededor del aparato flotante.
Un extremado cansancio se notaba en el capitán Nemo, que había vuelto a caer sobre
su diván. No se podía pensar en trasladarlo al Palacio de granito, porque había
manifestado su voluntad de permanecer entre aquellas maravillas del Nautilus, que no
habrían podido pagarse con millones, y esperar una muerte que no podía tardar en venir.
Durante la larga postración 'que le tuvo casi sin conocimiento, Ciro Smith y Gedeón
Spilett observaron con atención el estado del enfermo. Evidentemente el capitán se iba
extinguiendo poco a poco: faltaría la fuerza a aquel cuerpo, en otro tiempo tan robusto
y, a la sazón, débil envoltura de un alma que trataba de romper sus lazos. Toda la vida
estaba concentrada en el corazón y en la cabeza.
El ingeniero y el periodista celebraban consejo en voz baja. ¿Había algo que hacer por
el moribundo? ¿Podían, si no salvarlo, al menos prolongar su vida durante varios días?
El mismo había dicho que no tenía remedio y esperaba tranquilamente, sin temer, la
hora de la
muerte.
-No podemos hacer nada -dijo Gedeón Spilett.
-Pero ¿de qué se muere? -preguntó Pencroff.
-Porque se apaga -contestó el periodista.
-Sin embargo -dijo el marino-, si le trasladáramos al aire libre, al sol, quizá se
reanimaría.
-No, Pencroff -contestó el ingeniero-, no podemos hacer nada. Por otra parte, el
capitán Nemo no consentiría en salir de su buque; hace treinta años que vive en el
Nautilus y en el Nautilus quiere morir.
Sin duda el capitán Nemo oyó la respuesta de Ciro Smith, porque se incorporó un
poco y con voz más débil, pero siempre inteligible, dijo:
-Tiene usted razón: debo y quiero morir aquí. Por lo tanto, tengo que hacerles una
súplica.
Ciro Smith y sus compañeros se acercaron al diván y dispusieron los cojines de modo
que el moribundo estuviera más cómodo.
Vieron entonces que las miradas del capitán se detenían en todas las maravillas de
aquel salón, iluminado por los rayos eléctricos que pasaban a través de los arabescos de
un techo luminoso. Contempló uno tras otro los cuadros suspendidos sobre los
espléndidos tapices que cubrían las paredes, las obras maestras de los pintores italianos,
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La isla misteriosa-Julio Verne
ClassicsTras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, e...