Cuando Pencroff concebía un proyecto, no descansaba hasta que lo había ejecutado.
Quería visitar la isla Tabor y, como para esta travesía era necesario un buque de cierta
magnitud, quería construir inmediatamente dicha embarcación.
Diremos el plan que trazó el ingeniero de acuerdo con el marino.
El buque debería medir veinticinco pies de quilla y nueve de bao, lo que le haría
rápido, si salían bien sus fondos y sus líneas de agua, y no debería calar más de seis
pies, o sea lo suficiente para mantenerse contra la deriva.
Tendría puente en toda su longitud, abierto por dos escotillas, que darían acceso a dos
cámaras separadas por una mampara, e iría aparejado como un bergantín, con cangreja,
trinquete, fortuna, flecha y foque, velamen muy manejable, que amainaría bien en caso
de chubascos y sería muy favorable para aguantar lo más cerca posible de la costa. En
fin, el casco se construiría a franco bordo, es decir, que los tablones de forro y de
cubiertas enrasarían en vez de estar superpuestos; y en cuanto a las cuadernas, se las
aplicaría inmediatamente después del ajuste de los tablones de forro, que serían
montados en contracuadernas.
¿Qué madera se emplearía? Optaron por el abeto, madera un poco hendijosa, según la
expresión de los carpinteros, pero fácil de trabajar, y que sufre, lo mismo que el olmo, la
inmersión en el agua.
Acordados estos pormenores, se convino en que, teniendo todavía seis meses de
tiempo hasta la vuelta de la buena estación, Ciro Smith y. Peneroff trabajarían solos en
la construcción del buque, mientras Gedeón Spilett y Harbert continuarían cazando y
Nab y maese Jup, su ayudante, seguirían las tareas domésticas que les estaban
encomendadas.
Después de escoger los árboles, se los cortó, descuartizó y aserró en tablas, como
hubieran podido hacerlo las sierras mecánicas. Ocho días después, en el hueco que
existía entre las Chimeneas y el muro de granito, se preparó un arsenal y allí se empezó
una quilla de treinta y cinco pies de largo provista de un codaste en la popa y una rodela
en la proa.
Ciro Smith no había caminado a ciegas en esta nueva tarea. Era entendido en
construcción naval como en casi todas las cosas y había hecho antes sobre el papel el
croquis de la embarcación. Por otra parte, estaba bien servido por Pencroff, que
habiendo trabajado varios años en un arsenal de Brooklyn, conocía la práctica del
oficio. Por tanto, tras cálculos severos y maduras reflexiones, pusieron las
contracuadernas sobre la quilla.
Pencroff, como es de suponer, estaba entusiasmado con su nueva empresa y no
hubiera querido abandonarla un solo instante.
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La isla misteriosa-Julio Verne
ClassicsTras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, e...