19. Piensan en su futuro y antes quieren conocer la isla a fondo

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¡Dos años! ¡Y en dos años los colonos no habían tenido ninguna comunicación con


sus semejantes! Estaban sin noticias del mundo civilizado, perdidos en aquella isla,


como si se hallasen en el más pequeño asteroide del mundo solar.


¿Qué pasaba en el país? El recuerdo de la patria continuaba vivo en su mente, de


aquella patria destrozada por la guerra civil, cuando salieron de ella, y tal vez se vería


aún ensangrendata por la rebelión del Sur. Este pensamiento era muy doloroso para los


colonos, y muchas veces hablaban de ello, sin dudar jamás, a pesar de todo, del triunfo


de la causa del Norte, como lo exigía el honor de la confederación americana.
En aquellos dos años ni un buque había pasado a la vista de la isla, al menos no


habían percibido una vela. Era evidente que la isla Lincoln estaba fuera del rumbo


acostumbrado de los buques y hasta era desconocida, lo cual, por otra parte, estaba


demostrado por los mapas, porque, a falta de puerto, su aguada debía atraer a los barcos


que tuviesen necesidad o deseo de renovar su provisión de agua. Pero el mar que la


rodeaba continuaba desierto en toda la extensión a que alcanzaba la vista, y los colonos


debían contar sólo con ellos para volver a la patria.


Sin embargo, había una probabilidad de salvación, y ésta fue discutida precisamente


un día de la primera semana de abril por los colonos reunidos en el Palacio de granito.


Acababan de hablar de América y del país natal, el cual tan poca esperanza tenían los


colonos de volver a ver.


-Decididamente -dijo Gedeón Spilett-no tendremos más que un medio, uno solo, de


salir de la isla Lincoln: construir un buque bastante grande para poder hacer en él una


travesía de muchos centenares de millas. Me parece que quien hace una chalupa, bien


puede hacer un buque.


-Y puede ir a las islas Pomotú -añadió Harbert-el que ha llegado hasta Tabor.


-No digo que no -repuso Pencroff, que tenía siempre voto preferente en las cuestiones


marítimas-; no digo que no, aunque no es lo mismo hacer una travesía corta que hacerla


larga. Si nuestra chalupa se hubiera visto amenazada de algún mal golpe de viento en su


viaje a Tabor, sabríamos que el puerto no estaba lejos, pero mil doscientas millas son


mucha distancia. Eso hay que andar al menos para llegar a la tierra más próxima.


-Y en caso necesario, Pencroff, ¿no intentaría esa aventura? -preguntó el periodista.


-Yo soy capaz de intentar todo lo que se quiera, señor Spilett -contestó el marino-, y


sabe muy bien que no me tiro para atrás.


-Ten presente también -observó Nab- que ahora contamos con otro marino.


-¿Quién? -preguntó Pencroff.


-Ayrton.


-Justo -dijo Harbert.

La isla misteriosa-Julio VerneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora