¡Dos años! ¡Y en dos años los colonos no habían tenido ninguna comunicación con
sus semejantes! Estaban sin noticias del mundo civilizado, perdidos en aquella isla,
como si se hallasen en el más pequeño asteroide del mundo solar.
¿Qué pasaba en el país? El recuerdo de la patria continuaba vivo en su mente, de
aquella patria destrozada por la guerra civil, cuando salieron de ella, y tal vez se vería
aún ensangrendata por la rebelión del Sur. Este pensamiento era muy doloroso para los
colonos, y muchas veces hablaban de ello, sin dudar jamás, a pesar de todo, del triunfo
de la causa del Norte, como lo exigía el honor de la confederación americana.
En aquellos dos años ni un buque había pasado a la vista de la isla, al menos no
habían percibido una vela. Era evidente que la isla Lincoln estaba fuera del rumbo
acostumbrado de los buques y hasta era desconocida, lo cual, por otra parte, estaba
demostrado por los mapas, porque, a falta de puerto, su aguada debía atraer a los barcos
que tuviesen necesidad o deseo de renovar su provisión de agua. Pero el mar que la
rodeaba continuaba desierto en toda la extensión a que alcanzaba la vista, y los colonos
debían contar sólo con ellos para volver a la patria.
Sin embargo, había una probabilidad de salvación, y ésta fue discutida precisamente
un día de la primera semana de abril por los colonos reunidos en el Palacio de granito.
Acababan de hablar de América y del país natal, el cual tan poca esperanza tenían los
colonos de volver a ver.
-Decididamente -dijo Gedeón Spilett-no tendremos más que un medio, uno solo, de
salir de la isla Lincoln: construir un buque bastante grande para poder hacer en él una
travesía de muchos centenares de millas. Me parece que quien hace una chalupa, bien
puede hacer un buque.
-Y puede ir a las islas Pomotú -añadió Harbert-el que ha llegado hasta Tabor.
-No digo que no -repuso Pencroff, que tenía siempre voto preferente en las cuestiones
marítimas-; no digo que no, aunque no es lo mismo hacer una travesía corta que hacerla
larga. Si nuestra chalupa se hubiera visto amenazada de algún mal golpe de viento en su
viaje a Tabor, sabríamos que el puerto no estaba lejos, pero mil doscientas millas son
mucha distancia. Eso hay que andar al menos para llegar a la tierra más próxima.
-Y en caso necesario, Pencroff, ¿no intentaría esa aventura? -preguntó el periodista.
-Yo soy capaz de intentar todo lo que se quiera, señor Spilett -contestó el marino-, y
sabe muy bien que no me tiro para atrás.
-Ten presente también -observó Nab- que ahora contamos con otro marino.
-¿Quién? -preguntó Pencroff.
-Ayrton.
-Justo -dijo Harbert.
ESTÁS LEYENDO
La isla misteriosa-Julio Verne
ClassicsTras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, e...