3. Ha desaparecido Ciro Smith

3.1K 38 1
                                    

El ingeniero había sido arrastrado por un golpe de mar fuera de la red, que había

cedido. Su perro también había desaparecido, el fiel animal se había precipitado en

socorro de su amo. -¡Adelante! -exclamó el corresponsal.

Y los cuatro, Gedeón Spilett, Harbert, Pencroff y Nab, olvidando el cansancio,

empezaron sus pesquisas.

El pobre Nab lloraba de rabia y desesperación a la vez, temiendo haber perdido todo

lo que él amaba en el mundo.

No había dos minutos de diferencia entre el momento en que Ciro Smith había

desaparecido y el instante en que sus compañeros habían tomado tierra. Estos podían,

pues, esperar llegar a tiempo para salvarlo.

-¡Busquemos!, ¡busquemos! -exclamó Nab.

-Sí, Nab -contestó Gedeón Spilett-, y lo encontraremos.

-¿Vivo?

-¡Vivo!

-¿Sabe nadar? -preguntó Pencroff.

-¡Sí! -contestó Nab-. ¡Además, Top está con él!

El marino, oyendo mugir el mar, sacudió la cabeza.

Al norte de la costa y aproximadamente a media milla de donde los náufragos

acababan de tomar tierra, había desaparecido el ingeniero. Si había nadado al punto más

cercano del litoral, a media milla más allá estaría situado ese punto.

Eran cerca de las seis. La bruma acababa de levantar y la noche se hacía muy oscura.

Los náufragos caminaban siguiendo hacia el norte la costa este de aquella tierra sobre la

cual el azar los había arrojado, tierra desconocida, cuya situación geográfica no se podía

determinar. El suelo que pisaban era arenoso, mezclado con piedras y desprovisto de

toda especie de vegetación. Aquel suelo bastante desigual, lleno de barrancos, aparecía

en ciertos sitios acribillado de pequeños hoyos, que hacían la marcha más penosa.

Salían de estos agujeros grandes aves de pesado vuelo, huyendo en todas direcciones y

que la oscuridad impedía ver. Otras, más ágiles, se levantaban en bandadas y pasaban

como nubes. El marino suponía que eran gaviotas, cuyos silbidos agudos competían con

los rugidos del mar.

De cuando en cuando los náufragos se paraban, llamando a gritos y escuchando, por si

respondía de la parte del océano. Debían pensar, en efecto, que, si hubiesen estado

próximos al lugar donde el ingeniero hubiera podido tomar tierra, los ladridos del perro

Top, en caso de que Ciro Smith no estuviera en estado de dar señales de vida, llegarían

hasta ellos. Pero ningún grito se destacaba sobre los mugidos de las olas y los

chasquidos de la resaca. Entonces, la pequeña tropa emprendía su marcha adelante,

registrando las menores anfractuosidades del litoral.

La isla misteriosa-Julio VerneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora