8. Se hacen ropa y aprovisionan la granja

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La primera semana de enero fue dedicada a la confección de la ropa blanca necesaria


para la colonia. Las agujas encontradas en el cajón funcionaron entre dedos vigorosos,


si no delicados, y se puede afirmar que todo quedó cosido bien.


No faltó el hilo, gracias a la idea que tuvo Ciro de emplear el que había servido para


coser las bandas del aerostato, bandas que fueron descosidas con una paciencia


admirable por Gedeón Spilett y Harbert, pues Pencroff había renunciado a aquel trabajo


que le crispaba los nervios. Pero cuando se trató de coser, nadie pudo igualarlo, pues


sabido es que los marinos tienen una notable aptitud para el oficio de sastre. Las telas de


la cubierta del aerostato fueron desengrasadas después con sosa y potasa, obtenidas por


la incineración de plantas, de tal suerte que el algodón, desembarazado del barniz,


recobró su flexibilidad y elasticidad naturales; y sometido luego a la acción decolorante


de la atmósfera, adquirió una blancura total.


Así quedaron preparadas algunas camisas, calzoncillos y calcetas, éstas hechas,


naturalmente, no con agujas, sino de tela cosida. ¡Qué placer para los colonos ponerse al


fin aquella ropa blanca (lienzo tosco, pero no podían ser exigentes), y acostarse entre


sábanas que convirtieron los camastros del Palacio de granito en verdaderos lechos!


Por aquella época hicieron también calzado de cuero de foca, que vino a reemplazar


muy oportunamente los zapatos y las botas llevadas de América; y puede afirmarse que


aquel nuevo calzado fue largo y ancho y no apretó los pies de los colonos.


A principios del año 1866 los calores fueron persistentes, pero no se suspendió la caza


en los bosques. Agutíes, saínos, cabiayes, canguros, caza de pelo y de pluma


hormigueaban verdaderamente y Gedeón Spilett y Harbert eran tiradores demasiado


diestros para perder un solo disparo.


Ciro Smith les recomendaba continuamente que economizaran las municiones y


adoptó varias medidas para reemplazar la pólvora y el plomo encontrado en el cajón,


que quería reservar para el futuro, porque, en efecto, no se sabía adónde el azar podría


arrojarles un día en el caso de que abandonaran sus dominios. Era preciso prevenir todas


las necesidades de lo desconocido, ahorrar municiones y, para ellos, sustituirlas con otra


sustancia que pudiera renovarse fácilmente.


Para reemplazar el plomo, del cual Ciro Smith no había encontrado vestigios en la


isla, empleó sin desventaja granos de hierro, que era fácil fabricar. Aquellos granos eran


mucho menos pesados que los de plomo, pero los hizo más gruesos, y aunque cada


carga pesaba menos, la destreza de los cazadores suplía la falta. En cuanto a la pólvora,


Ciro Smith hubiera podido hacerla, puesto que disponía de salitre, azufre y carbón; pero

La isla misteriosa-Julio VerneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora