Aquellos fríos intensos duraron hasta el 15 de agosto, sin traspasar el mínimo de
grados Fahrenheit observado hasta entonces. Cuando la atmósfera estaba tranquila, los
colonos soportaban fácilmente aquella temperatura baja; pero, cuando soplaba el viento,
les molestaba, por la reducida vestimenta. Pencroff se lamentaba de que la isla Lincoln
no diera asilo a algunas familias de osos, con preferencia a las zorras o a las focas, cuya
piel no le servía mucho.
-Los osos -decía-van generalmente bien vestidos y yo me alegraría mucho de tomarles
prestado para el invierno el abrigo que llevan en el cuerpo.
-Pero -añadió Nab, riéndose-quizá los osos no consentirían, Pencroff, en darte su
abrigo. No creo yo que esos animales sean imitadores de San Martín.
-Ya les obligaríamos, Nab -repuso Pencroff en tono completamente autoritario.
Pero aquellos formidables carnívoros no existían en la isla o por lo menos no se
habían dejado ver hasta entonces.
Harbert, Pencroff y Spilett se ocuparon, sin embargo, en establecer trampas en la
meseta de la Gran Vista y en los alrededores del bosque. Según la opinión del marino,
todo animal, cualquiera que fuese, sería buena presa, y roedores o carnívoros que
estrenaran los nuevos lazos serían bien recibidos en el Palacio de granito.
Aquellas trampas eran muy sencillas: se componían de hoyos abiertos en el suelo y
cubiertos de ramas y hierba, que disimulaban el orificio, en cuyo fondo había algún
cebo, cuyo olor pudiese atraer a los animales. Debemos decir también que no se habían
abierto al acaso, sino en ciertos sitios, donde las huellas de cuadrúpedos anunciaban el
frecuente paso de animales. Todos los días eran visitadas, y por tres veces durante los
primeros días se encontraron ejemplares de aquellos culpeos descubiertos en la orilla
derecha del río de la Merced.
-¡Cáspita! ¡No hay más que zorras en este país! -exclamó Pencroff la tercera vez que
sacó una del hoyo donde estaba encerrada-. ¡Animales que no sirven para nada! -Se
equivoca usted -dijo Gedeón Spilett-. Sirven para algo.
-¿Y para qué?
-Nos servirán de cebo para atraer a otros.
El corresponsal tenía razón y las trampas fueron cebadas desde entonces con aquellos
cadáveres de zorras.
El marino había fabricado también lazos, empleando las fibras de juncos, los cuales
dieron mejor resultado que las trampas. Era raro que pasase día sin que cayera en
aquellos lazos algún conejo del sotillo. Era siempre conejo lo que comían, es verdad,
pero Nab sabía variar las salsas, y los colonos no pensaban quejarse.
Sin embargo, una o dos veces en la segunda semana de agosto, los lazos
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La isla misteriosa-Julio Verne
ClassicsTras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, e...