Estas últimas palabras justificaban los presentimientos de los colonos. Había en la vida
de aquel infeliz algún funesto pasado, expiado quizá a los ojos de los hombres, pero del
cual su conciencia no le había absuelto todavía. En todo caso, el culpado tenía
remordimientos, se arrepentía y sus nuevos amigos habían estrechado cordialmente
aquella mano que le pedían, pero él se creía indigno de tenderla a hombres honrados.
Sin embargo, después de la escena del jaguar, no volvió al bosque y desde aquel día no
dejó ya el recinto del Palacio de granito.
¿Cuál era el misterio de aquella existencia? ¿Hablaría el desconocido por fin? Sólo el
futuro podría decirlo. De todos modos, se acordó no excitarlo a revelar su secreto y que
se viviría con él como si nada se hubiera sospechado.
Durante algunos días la vida común continuó siendo lo que había sido hasta entonces.
Ciro Smith y Gedeón Spilett trabajaban juntos, unas veces como químicos, otras como
físicos. El periodista se separaba del ingeniero sólo para cazar con Harbert, porque no
habría sido prudente dejar al muchacho correr solo por el bosque y había que estar
alerta. En cuanto a Nab y Pencroff, un día en los establos o en el corral, otros en la
dehesa, sin contar las tareas del Palacio de granito, siempre tenían que hacer.
El desconocido trabajaba retirado de todos, había vuelto a su existencia habitual, no
asistiendo a las comidas, durmiendo bajo los árboles de la meseta y evitando a sus
compañeros como si realmente la sociedad de los que le habían salvado fuese
insoportable.
-Pero entonces -observaba Pencroff-, ¿por qué ha pedido auxilio a sus semejantes?
¿Por qué ha tirado ese papel al mar?
-El nos lo dirá -respondía invariablemente Ciro Smith.
-¿Cuándo?
-Quizá más pronto de lo que cree, Pencroff.
En efecto, el día de la confesión estaba próximo.
El 10 de diciembre, una semana después de su vuelta al Palacio de granito, Ciro Smith
vio acercársele el desconocido, el cual, con voz tranquila y tono humilde, le dijo: -
Señor, tengo que pedirle un favor.
-Diga -le contestó el ingeniero-, pero antes permítame decirle una cosa.
Al oír estas palabras, el desconocido se ruborizó e hizo ademán de retirarse. Ciro
Smith comprendió lo que pasaba en su interior: temía que le interrogase sobre su vida
pasada. El ingeniero, deteniéndolo por la mano, le dijo:
-Todos los que aquí estamos somos no sólo sus compañeros, sino también sus amigos.
Deseaba decirle esto: ahora estoy dispuesto a escucharle.
El desconocido se pasó las manos por los ojos. Estaba poseído de una especie de
temblor general y permaneció algunos instantes sin poder articular una sola palabra.
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La isla misteriosa-Julio Verne
ClassicsTras evadirse en globo de la Guerra de Secesión, cinco americanos, reunidos en torno al ingeniero Cyrus Smith, naufragan logrando llegar a una isla desierta. Los cinco protagonistas cuentan únicamente con su habilidad para sobrevivir. Sin embargo, e...