17. El "salvaje" cuenta su pasada vida de criminal

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Estas últimas palabras justificaban los presentimientos de los colonos. Había en la vida


de aquel infeliz algún funesto pasado, expiado quizá a los ojos de los hombres, pero del


cual su conciencia no le había absuelto todavía. En todo caso, el culpado tenía


remordimientos, se arrepentía y sus nuevos amigos habían estrechado cordialmente


aquella mano que le pedían, pero él se creía indigno de tenderla a hombres honrados.
Sin embargo, después de la escena del jaguar, no volvió al bosque y desde aquel día no


dejó ya el recinto del Palacio de granito.


¿Cuál era el misterio de aquella existencia? ¿Hablaría el desconocido por fin? Sólo el


futuro podría decirlo. De todos modos, se acordó no excitarlo a revelar su secreto y que


se viviría con él como si nada se hubiera sospechado.


Durante algunos días la vida común continuó siendo lo que había sido hasta entonces.


Ciro Smith y Gedeón Spilett trabajaban juntos, unas veces como químicos, otras como


físicos. El periodista se separaba del ingeniero sólo para cazar con Harbert, porque no


habría sido prudente dejar al muchacho correr solo por el bosque y había que estar


alerta. En cuanto a Nab y Pencroff, un día en los establos o en el corral, otros en la


dehesa, sin contar las tareas del Palacio de granito, siempre tenían que hacer.


El desconocido trabajaba retirado de todos, había vuelto a su existencia habitual, no


asistiendo a las comidas, durmiendo bajo los árboles de la meseta y evitando a sus


compañeros como si realmente la sociedad de los que le habían salvado fuese


insoportable.


-Pero entonces -observaba Pencroff-, ¿por qué ha pedido auxilio a sus semejantes?


¿Por qué ha tirado ese papel al mar?


-El nos lo dirá -respondía invariablemente Ciro Smith.


-¿Cuándo?


-Quizá más pronto de lo que cree, Pencroff.


En efecto, el día de la confesión estaba próximo.


El 10 de diciembre, una semana después de su vuelta al Palacio de granito, Ciro Smith


vio acercársele el desconocido, el cual, con voz tranquila y tono humilde, le dijo: -


Señor, tengo que pedirle un favor.


-Diga -le contestó el ingeniero-, pero antes permítame decirle una cosa.


Al oír estas palabras, el desconocido se ruborizó e hizo ademán de retirarse. Ciro


Smith comprendió lo que pasaba en su interior: temía que le interrogase sobre su vida


pasada. El ingeniero, deteniéndolo por la mano, le dijo:


-Todos los que aquí estamos somos no sólo sus compañeros, sino también sus amigos.


Deseaba decirle esto: ahora estoy dispuesto a escucharle.


El desconocido se pasó las manos por los ojos. Estaba poseído de una especie de


temblor general y permaneció algunos instantes sin poder articular una sola palabra.

La isla misteriosa-Julio VerneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora