[3.2] Capítulo 12

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Y él lo amaba; no de manera material, sino virtuosa. El suyo era un amor que jamás nadie podría entender, que no generaba dolor, ni frustración, porque no era ni una fantasía inalcanzable, irrealizable, ni un amor no correspondido. El suyo era más que una sombra pálida del concepto que algunos entendían por «amor».

El suyo era un amor maravillosamente... puro.

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Raimondo miró a Angelo, con discreción.

Volvían del aeropuerto de Alemania. La situación, con Mika, había estado mucho mejor de lo que Matt y Angelo habían creído; él, aunque lucía tranquilo —casi resignado— no los había rechazado rotundamente: les había convidado whisky y los tres tomaron asiento frente a la chimenea, donde se quedaron mirando el fuego, entre sus charlas varias, por largos periodos en silencio. Eran tres pares de ojos grises —un par de ellos, mucho más claros y traslúcidos que los otros dos—, en cuyo iris danzaba el reflejo fuego.

Matteo pensó en que a Hanna le habría gustado estar ahí, disfrutando del recuerdo que traería a eso las noches de invierno sentada frente a ésa misma chimenea, con su padre y su pequeño hermano.

Angelo pensó en Emma, llorando en la cocina, a la cual Mika ignoraba... y él lo entendía: para el hombre, Emma no era más que una mujer cobarde que permitió que su pequeña hija se metiera a las fauces del lobo, haciéndole así, durante toda su vida, sentir culpable a él.

Pero eso no podía continuar. Si él rechazaba el tratamiento, el sufrimiento de Hanna no habría tenido sentido, y no porque no hubiese logrado su objetivo, sino porque la pena sólo se habría aplazado algunos años: ¿no moriría su hermano, a fin de cuentas, del mismo cáncer? Y esta vez era peor: ni las manos él metería.

... Y la familia ya no podía permitirse más penas. Hanna lo estaba intentado, Uriele también y, ambos, estaban siendo lo que siempre habían sido: el soporte de Raffaele. Si uno flaqueaba, lo tirarían. ¿O quizá no? Tal vez Raffaele se obligaría para levantar a la que, sin pensarlo, siempre, y sin importar el motivo por el cual lo hubiese hecho, se había tirado al piso para amortiguarle el golpe a él, y luego, golpeada, mallugada, herida, curado primero a él.

No importaba el resultado, lo importante era que su Hanna sufriría más, que eso llegaría a Matteo, alcanzaría a Ettore y eso, inevitablemente, a Jessica, a Lorena... a Annie.

... La vida era una constelación.

"Entonces, ¿qué debo decirle a mi madre?", Angelo había interrumpido el silencio, urgiendo a Mika a hablar del tema.

Tras escuchar a sus sobrinos —ellos estaban contentos con sus vidas... Hanna estaba contenta con su actual vida: estaba intentado curarse, y además tenía a Uriele... y a Raffaele—, Mika aseguró que lo pensaría los siete días en que tenía cita nuevamente, con el oncólogo.

Matteo había decidido quedarse con Mika, tanto para seguirlo alentando, como para acompañarlo a su cita con el médico —la cual pagaría él, dejándole en claro que no era el dinero de Raffaele, ni de Uriele, ni provenía de Hanna: era el dinero por el que el mismo Matteo había trabajado, y con total gusto le daba—. Naturalmente, Ettore se había quedado a acompañar a su primo, a su mejor amigo.

Raimondo y Angelo habían regresado a Italia la tarde siguiente, Lorenzo y Gianluca los habían recogido en el deportivo clásico que Giovanni le había legado al Fiori, como muestra de cariño.

Para cuando estuvieron en la carretera, de camino a la cabaña nuevamente, Gianluca, sentado en el lugar del copiloto, comenzó a discutir con Lorenzo, quien conducía, y Raimondo miró a Angelo, sin saber qué hacer —ni él, ni Nicolas, le habían hablado contado a nadie, más allá de sus mujeres, las desagradables palabras que habían salido de la boca de Gianluca en nochebuena—.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now