[3.2] Capítulo 11

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—A ti qué te importa eso ahorita, ¿no? —se rió el hombre. Annie continuó sin saber el qué—. Tú debes querer saber cómo está tu bebé. Vamos a verlo —con un ademán, le pidió se acostara sobre la camilla al lado del aparato de ustrasonido.

Los ojos de Annie fueron a la otra, a la que estaba más oculta, la que tenía los apoyos para las piernas, mientras se dirigía a la que le habían indicado.

Y mientras le ponían el gel helado sobre la pancita abultada, ella se notó que, la estría que había comenzado con Abraham, al lado derecho de su vientre bajo, y se había alargado con Caleb hasta casi el ombligo, ahora, con éste tercer bebé... la estría rosada había sobre pasado éste. Ahora estaba a dos dedos por arriba de su ombligo.

Suspiró y guió la mirada al monitor, notando, primero, la cabecita redonda del bebé, luego las manitas; una de las cuales, él o ella tenía en la boquita.

—Se está chupando un dedo —obvió el médico, sonriendo.

Aquel hombre, notó Annie, encontraba siempre adorables toda clase de acciones que realizaban los bebés dentro del vientre materno.

Entonces Angelo se inclinó y le susurró al oído:

—¿Quieres saber qué es?

—¿Ya viste qué es, Angelo? —le preguntó su profesor, sonriendo; durante cada ultrasonido, el bebé se las había arreglado para ocultar sus genitales y, a siete meses, aún nadie sabía el qué era él... o ella.

El muchacho, también con una sonrisa, le respondió asintiendo, en silencio.

—¿Quieres saber? —insistió con su mujer.

Annie intentó ver en el monitor lo que ellos encontraban tan evidente, pero no pudo.

—No —confesó. No quería pasar los últimos meses de su embarazo rogando porque, si era niño, no tuviese hemofilia; prefería tener la esperanza de que fuera una niña... una niña sana. La noticia de otro niño, era matarle la ilusión—. No —repitió.

Angelo se rió.

—Sí quieres —aseguró.

—No —insistió ella.

—Es una niña —confesó Angelo, de cualquier manera.

La sonrisa de la muchacha no se hizo esperar, al tiempo que le daba un pellizco en el brazo, como castigo por haberle revelado algo que ella no quería saber... aunque en el fondo, sí.

—Vamos a tener una hija —siguió él, hablándole al oído.

Finalmente, ella le echó los brazos al cuello y... Annie jamás se imaginaría que, así, como planeaba estar, aferrada a él, durante el parto, no sería posible: el profesor del muchacho, el elegido para traer a la primera hija de Angelo al mundo, perdería al menor de sus hijos aquella misma tarde, y aunque había otros médicos disponibles, Angelo había terminado recibiendo a la bebé él mismo, y la había dejado sobre el pecho de Anneliese, por un momento, aún conectada a su cordón umbilical, dándole tiempo —dándoselo también—, para que pudieran recuperarse —los tres—.

Jessica —quien había acompañado a Annie, dándole la mano todo el tiempo— les había hecho una fotografía en aquel momento: Annie, exhausta, sudada, llorando y sonriendo, se asía a su nena, húmeda entre líquido amniótico y un poco de sangre, mientras que Angelo las abrazaba a las dos y besaba la madre.

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—Angelo, Matt —Lorena se unió a Annie en la puerta de la terraza, donde los hermanos hablaban—, vengan a comer, los platos están servidos ya y no quiero que se enfríen —no había sido una invitación: la pelirroja los quería a todos en la misma mesa, compartiendo la comida como siempre lo habían hecho.

Ambrosía ©On viuen les histories. Descobreix ara