—Tú y yo debemos permanecer juntos —murmura, escrutándome con sus ojos azules.

Una pizca de preocupación cruza su mirada como una estrella fugaz. En sus palabras percibo el miedo a algo. Mi ceño se encoge sin comprender por qué debemos permanecer juntos. He logrado lo que él quería y lo que yo también anhelaba, y como dijo cada uno debe tomar su propio camino.

—¿Por qué? —cuestiono.

Mi semblante es serio y amenazante; mi vista se posa sobre su mano que sigue apretando mi brazo, inmediatamente nota mi mensaje y me suelta, mientras sonríe con desconfianza.

—Los arcángeles no nos dejarán en paz de ahora en adelante. Nos cazarán uno a uno, como si fuéramos aves, y nos enviarán al averno.

—¿De qué hablas? —digo sin lograr discernir—. Cialac nos dejó caer.

—¿Y crees que lo hizo porque simplemente él es muy bueno?

Me quedo en completo sigilo ante su interrogante y él solo me escruta esperando alguna respuesta de mi parte, pero no tengo ninguna, más que creer que Cialac ha sido demasiado bueno para habernos dejado llegar aquí, aunque prácticamente se lo impusimos, y cuando se impone algo contra la voluntad del otro, nunca se puede obtener nada bueno a cambio.

—Pensé que eras ingenuo, pero no tanto —dice mofándose—. Así no funcionan las cosas, Daron. Nos mandarán al infierno en cuanto puedan, no podemos permitirlo. Ha pasado mucho tiempo para poder venir aquí permanentemente y no podemos dejar que nos arrebaten lo que hemos logrado.

—¿Cómo evitar que eso ocurra? —interrogo con interés.

—Fácil —su rostro está serio—. Solo debemos arrancarnos las malditas alas, sin ellas nos podremos ocultar por algún tiempo. Los arcángeles no podrán saber dónde encontrarnos con exactitud.

—¿Arrancarlas?

No estoy seguro de querer hacer eso.

—Entiendo que no quieras deshacerte de ellas, porque son muy útiles, pero es lo único que nos ata al Coelum ahora, además, los humanos no tienen alas. Si no lo hacemos, estaremos en unas eternas vacaciones en las tinieblas, sirviéndole a alguno de los siete príncipes del infierno. Y tú no quieres eso, ¿cierto? Yo no salí del Coelum para ir a meterme al Sheol.

En verdad habla de deshacernos de ellas, ¿y cómo es capaz de comparar el Coelum con la Tierra de las almas rebeldes y olvidadas?

—No hay punto de comparación entre el Coelum y el Sheol —digo.

—Claro que lo hay, ambos son el mismo infierno, solo que uno tiene la apariencia de ser mejor que el otro. No voy a pasar mi eternidad en ninguno de los dos. Nos arrancaremos las malditas alas.

Hacerlo no es algo que estuviera en mi cabeza, ni siquiera en mis más remotos pensamientos. La incertidumbre se apodera de mí, la vacilación me hace dudar de qué decisión tomar, pero tampoco quiero pasar una eternidad en el infierno, no había cedido a mis sombríos deseos de estar aquí, simplemente para ser mandado al averno o peor aún, al Sheol.

He escuchado a algunos ángeles y arcángeles especular sobre lo desolador y peligroso que resulta para nosotros, el simple hecho de extirpar las alas de nuestra espalda; de solo imaginarlo, ni siquiera lo tomo como una posibilidad, pero Lyron sabe más que yo respecto a este mundo y ahora estoy aquí con él.

—Hagámoslo —digo audazmente.

Me echa una mirada orgullosa.

—Debemos ir a otro lugar y buscar algo con que hacerlo, no podremos hacerlo simplemente con las manos.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Where stories live. Discover now